Jack

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La hora de comer llega con ansia a todos los alumnos de primer curso. Las dos últimas horas de la mañana han sido todas mías para mi desgracia. Lo que tenía preparado era demasiado para ellos al parecer, porque algunos han acabado echando la papilla. No sé cuánto van a aguantar aquí si ni siquiera soportan un circuito de obstáculos en el exterior. Hasta la princesa acabó jadeando y sin poder moverse en el suelo.

La comida de hoy les vendrá perfecta, puré de patatas que tiene almidón, lo que ayudará a evitar una vomitera mayor; albóndigas que aportará proteínas y un trozo de brownie para los hidratos de carbono.

--Me duele todo el cuerpo – se queja Anya a mi lado – y tengo tanta hambre que sería capaz de comerme una vaca entera yo solita.

Y tras sentenciar esto, se mete una albóndiga entera en la boca, dejando claro que va en serio.

--¿Tenías pensado matarnos en nuestro segundo día? – inquiere Maya, intentando como siempre, chincharme.

--Seguro que no a todos – murmura Anya -, sólo a aquellos a los que odia.

Alzo una ceja mientras la miro fijamente.

--No te creas que todo gira entorno a ti, lunática. No eres tan importante.

Frunce los labios un momento sopesando la respuesta.

--Pues la verdad es que sí que lo soy.

--Me refería a que no eres importante para mí.

Maya consigue darme una colleja a pesar de que Anya está entre nosotros. Le dedico una mirada furibunda, y ella me gesticula que me he pasado de la raya. Pongo los ojos en blanco y vuelve a pegarme.

--Voy a terminarme esto – dice la princesa refiriéndose a su comida – en otro sitio. Lo único que tienes que hacer es vigilarme, no estar siempre a mi lado.

Coge la bandeja, y se levanta del banco con todo el orgullo del que es capaz. Se sienta con un grupo de chicos unos metros más allá, que parecen encantados con su presencia por como la miran. Mi hermana la sigue momentos después, eso sí, fulminándome con la mirada mientras se aleja.

Mis intentos de comportarme mejor con Anya se vieron frustrados justo cuando ella insinuó que me empezaba a caer bien, que por desgracia así era. No volveré a relajarme con ella, soy su instructor y punto.

El director me da una palmada en el hombro, sacándome de mis pensamientos.

--¿Qué tal va la princesa? – me pregunta, apretando con demasiada fuerza mi hombro.

--Controlada por ahora.

--A la mínima de cambio – me advierte – al infierno.

Se levanta dejándome con la palabra en la boca, y se aleja hacia su despacho causando pavor a su paso.

Miro de nuevo a Anya. Se está riendo de lo que sea que le haya dicho el musculitos de su derecha, que aprovecha ahora para comérsela con la mirada. Es repugnante.

De repente mi puré parece lo más interesante de la habitación, así que centro toda mi atención en él. Cualquier cosa mejor que ver a esos asquerosos tíos.

La última clase del día se presenta como la más temida por los alumnos. Eso es algo que entiendo, va a ser la primera vez que se enfrenten unos a otros. La lucha es individual, y el vencedor se lleva veinte positivos, además de la satisfacción que ya es de por sí ganar, como bien les explica Jennifer (la profesora).

--Primer combate – anuncia – Maya contra Sara.

Mi hermana y su contrincante suben al ring en un suspiro, y se posicionan, listas para pelear. Está bastante claro cuál va a ser el resultado final, la chica esta, Sara, es muy bajita y delgada, da la impresión de que la más mínima racha de viento podría llevársela volando de allí. En cambio mi hermana es alta y ágil, lleva peleando conmigo desde hace años. No tardará en vencer.

--Luchad – ordena Jennifer.

Maya no le da tiempo a reaccionar, le da una patada en el estómago, le pega un puñetazo en la mandíbula, y segundos más tarde su rival ya está en el suelo.

Baja del ring eufórica y se lanza a los brazos de Anya. La princesa la felicita con una voz un par de quintas más chillona que la suya, y presume de su amiga a los mismos tipos con los que antes había comido.

El resto de combates son igual de predecibles. Los chicos se van enfrentando los unos contra otros, hasta que solo quedan dos personas por enfrentase.

--Último combate – anuncia mi compañera -, Anya contra Jason.

La lunática es la primera en subir, y espera pacientemente a su contrincante. Está visiblemente nerviosa, pero es normal, estoy seguro de que ayer fue la primera vez que pegaba puñetazos y patadas a algo, y hay una gran diferencia entre golpear a un muñeco que a una persona.

Retuerce el dobladillo de su camiseta con ambas manos. Ahora que me fijo, es algo que suele hacer con frecuencia, como si fuese un tic.

El tal Jason sube al ring, y con él, mi alma se me cae a los pies. El chico es incluso más alto que yo, y muy, pero que muy fuerte. La va a destrozar.

--Luchad.

El tío es el primero en atacar, y le lanza un puñetazo que Anya esquiva torpemente, y antes de volver a recuperar el equilibrio, Jason le propina un rodillazo en el estómago. Cae al suelo con un golpe sordo, y su contrincante le pega una patada en las costillas, con esfuerzo consigue volver a ponerse en pie y Jason le da un puñetazo en plena cara, tirándola de nuevo al suelo. Pero como antes, vuelve a levantarse y recibe otro golpe.

Deja de levantarte, ríndete.

Pero no lo hace. Recibe un golpe tras otro, pero siempre vuelve a ponerse en pie.

Me acerco corriendo a Jennifer, quien observa con una sonrisa animal el brutal combate.

--Detén esto – gruño -. La va a destrozar.

Suelta una fría y distante carcajada sin dejar de contemplar el espectáculo.

--Eso no es problema mío – me suelta -. Es culpa suya ser así de orgullosa, si se hubiese quedado en el suelo con el primer golpe, se habría librado de una paliza.

Al ver la indiferencia con la que me contesta decido actuar por mi cuenta. Por más que odie a la princesa, no quiero que la machaquen en su primera pelea, además, se ha ganado algo de respeto por mi parte, al levantarse golpe tras golpe y no rendirse como pensaba que haría.

Mi mirada se cruza con la de mi hermana, y me suplica que haga algo.

Subo de un salto al ring y me pongo entre los combatientes. Miro a Anya (o a lo que queda de ella), está destrozada, tiene la mitad derecha de la cara morada y salpicada de sangre, se sujeta el costado y cojea levemente. Jason en cambio, solo tiene un profundo arañazo ensangrentado en la mejilla que prosigue hasta su cuello, que seguramente dejará marca, y no sé por qué eso me alegra.

--Es suficiente – proclamo -. El vencedor es Jason.

--Pero yo todavía no me he rendido – se queja Anya -, me he levantado para seguir luchando.

La fulmino con la mirada. ¿Es que no se da cuenta de que estoy haciendo esto por ella?

--He dicho que es suficiente – repito mordaz -, no te atrevas a contradecirme.

Suelta un bufido y se gira para bajar de allí con ayuda de Maya y de Jim.

Los Colores de La CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora