Un día decidí escribirle a este amor. Mis letras se volvieron sueños, se volvieron una canción, se volvieron erotismo, ternura, pesares y pasión. Le conté de mis miedos, como la vida me presentó diferentes regalos. Le confesé las numerosa desveladas...
A lo largo de mi corta existencia, soñaba con hallar a esa persona que me ayudaría a luchar contra mis propios demonios, esa alma con la que no existirían silencios incómodos, ni miradas sin descifrar. Esa con la que encontraría la misma paz que sientes al escuchar la lluvia caer cuando estas tendido sobre tu cama.
En numerosas ocasiones, fantasee tontamente en reconocer el ser que poseería el otro extremo de mi hilo rojo, mi supuesta alma gemela, esa persona que me aceptaría sin importar mis locuras, manías o miedos. Llámale media naranja, medio limón o lo que sea, yo solo estaba empeñada en conocer el amor.
Solía ilusionarme cuando un extraño me sonreía en el vagón del tren mientras se dirigía a su destino, me fijaba en sus gestos, si iba tomando café o té, si le gustaba leer el periódico o si en cambio prefería los libros al igual que yo. Incluso me percataba en si llevaba una sortija o no.
Sin embargo, nadie se interesaba en hablarme y yo era muy tímida para acercarme o quizás mis cicatrices me habían marcado de por vida como para permitir que alguien sobrepasara mis corazas.
Aun así, soñaba y mantenía la esperanza de que alguien sería capaz de derrumbar mi armadura, de que incluso lucharía por conquistar mi corazón, todo gracias a esos cuentos de hadas, esos que crecí escuchando.
Hasta que un día dejé de buscar... Y fue como si todos los santos hubiesen escuchado mis plegarias.
La certeza que poseía me decía que ese día en el que todo cambió había llegado y daba la sensación de verano, un aroma a viernes por la noche, un sabor a libertad.
Creo fielmente en el hecho de que cada circunstancia o persona que llega a tu vida es para ser bendición o para darte una lección. Y es que cuando esta clase de amor toca tu puerta, una vez está abierta ya no hay marcha atrás.
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