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Mark

Vi en el espejo una silueta. Al principio era borrosa, y poco a poco se fue volviendo más visible. Era un chico, de piel clara, pelo rubio dorado y ojos azules. ¿Qué más? Bajo sus ojos había dos pequeñas manchas oscuras. Se le veía cansado. Se fue volviendo aún más visible. Estaba despeinado y tenía los labios secos y agrietados. Pasé mi lengua por encima de ellos.

Era un chico de altura promedia tirando a alta. Tenía apenas 19 años recién cumplidos, y los ánimos por los suelos, tan temprano. Su mirada era confusa y desesperada, con ella suplicaba a gritos que alguien le ayudara. Le era todo muy extraño, estaba perdido. Aunque, si algo sabía, es que odiaba mirarse al espejo.

Ver a alguien tan diferente y distante allí, siendo mi propio reflejo, me creaba una sensación de melancolía muy profunda. ¿Que fue de ese chico tranquilo y seguro de si mismo? Se había ido, ya no estaba.

Hice memoria de todo lo que había ocurrido los últimos días. Estaba comenzando a conocer a los demás, y empecé a llevarme bien con Nico y Kara. Con Amber compartía un gran respeto mútuo, y Kirk rara vez me dirigía la palabra, quizás no le gustaba.

Humedecí mi cara con agua del grifo, y me dirigí hacia la sala principal del lugar. Ver a mis compañeros hablar animadamente me hacía sentir diferente. Mi cerebro no era capaz de comprender cómo no podían sentirse tristes, porque yo me derrumbaba con cada paso que daba.
Me añoraba cada segundo que pasaba allí abajo, sentía que iba a volverme loco en cualquier momento.

Las horas y los días pasaban increíblemente lentos, eran momentos demasiado monótonos, al igual que mis pensamientos. «¡Quiero salir!».
¿Acaso esa gente no pensaba en sus familias, sus amigos y demás? ¿No pensaban en cómo era su vida antes de entrar en ese infierno? ¿Cómo se aguantaban sin romper en llanto al pensar que no podían salir de allí? Quería llorar, pero me negué. Total, ¿de qué me iba a servir?

Si me hubieran dicho que esto iba a pasar tan solo un par de semanas atrás, no me lo hubiera creído. Jamás en mi vida llegué a pensar que eso podría pasarme a mi. Bueno, ¿y quién lo hace? Uno no se plantea que al salir a la calle puedan meterlo en una furgoneta y llevárselo vete a saber dónde, y menos dónde vivía yo, que había gente a cada esquina.

Cuando llegué, tenía la esperanza de que iban a encontrarme, y que pronto volvería a casa. Con el paso de los días, esa esperanza se iba haciendo cada vez más pequeña, hasta tal punto que podía llegar a desaparecer. Sabía que tarde o temprano ese hombre pediría un rescate por mí. Lo que me aterrorizaba era el tiempo que tardaría en hacer eso, y la cantidad de dinero que pediría.

¿Por cuánto tiempo iba a mantenerme allí encerrado? Nico y Amber llevaban allí algo más de dos meses. Aún así, creo que era poco, y que aún no tenía la intención de devolverlos a sus casas. Yo solo llevaba allí una semana y media, ¡y ya estaba perdiendo los nervios!

Me los quedé observando. No se habían percatado de mi presencia. Decidí aprovechar eso, y fui pasillo atrás, entrando finalmente por la puerta de la cueva, o la biblioteca, o como la llamaran.

Me quedé allí de pie, observando los colores que adornaban las estanterías del lugar. Recordé el libro que Nico me recomendó la otra vez que estuve allí. Me acerqué hacía dónde se encontraba, alargué el brazo, y lo saqué de su sitio, creando un hueco entre los libros de esa sección, que se acomodaron al instante.

Observé el reloj que colgaba de la pared. Las 8:24 de la mañana. Otro día largo, como los demás. Ni siquiera me paré a observar el libro, me senté en el suelo de piernas cruzadas y sumergí mis pensamientos en sus finas y delicadas páginas llenas de carácteres. Solo necesitaba distraerme, nada más.

Lost [Inazuma Eleven] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora