Atardecer

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Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, yo solo juego con ellos

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*Atardecer*

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Sus rostros cada vez estaban más cerca, ella podía sentir su respiración, él su perfume a rosas; era una mezcla de sentimientos, sensaciones nuevas para ambos, deseos nacidos desde lo más profundo de sus corazones. No la había dejado caer al río, pero tampoco quiso soltarla tan rápido.

Fue un instante en que sus miradas se cruzaron pero lo dijeron todo sin hablar; como un lenguaje nuevo entre dos enamorados.

Fue un simple roce, algo tierno e impreciso.

Pero Terry había quedado con ganas de más, quería besarla nuevamente, quería sentir el sabor de sus labios, los cálidos que eran; pero ella sólo quería mirar el atardecer.

Candy estaba recostada, o mejor dicho, echada sobre la pierna de él; con una mano se tocaba sus labios, recordaba aquel beso, quizá rudo e imprevisto, pero que la había abierto los ojos. Jamás pensó que Terry se atrevería a besarla, pero si no lo hubiera hecho, el recuerdo de Anthony jamás se hubiera ido. En cambio, esta vez, el roce de ambos había agilizado el sentimiento que tenía, y aunque no lo demostraba, Candy, muy en el fondo deseaba otro, su corazón se lo pedía, su alma se lo reclamaba, sentía muchas cosas extrañas y nuevas.

Con la mano izquierda, Terry cogía tiernamente sus rizos rubios y jugaba como un niño con ellos, de pronto rompió con el silencio...

—¿No crees que debemos irnos?

—No. Quiero terminar de ver el atardecer... —respondió Candy rápidamente, y mientras jugaba con sus dedos, agregó—: aunque, preferiría... ¡Oh no, olvídalo!

—Sólo dilo.

—¿Y si no quieres? —murmuró con una punzada en el corazón.

—¿Cómo voy a saberlo sino me lo dices, pecosa? —La voz dulce del castaño animó a sus instintos a liberarse.

—Terry... —hizo una pausa—. ¿Por qué me besaste?

En ese instante, Terry se incorporó, obligándola a levantarse con él, hasta quedar cara a cara. El reflejo del inminente atardecer se notaba en su cabello que ondeaba al viento.

—Fue quizá un impulso... fue un... —Se detuvo un instante para observar cómo el sol había oscurecido aquellas gemas verdes. Candy no podía escaparse de esa mirada, simplemente no podía.

—¿Qué fue?

—Fue... un deseo que se está convirtiendo en una dulce necesidad —dijo tiernamente mientras sus ojos buscaban nuevamente los labios de Candy, ella sintió una ráfaga atravesar su cuerpo que la hizo cerrar sus ojos, y antes de unir sus labios, decidió jugar con ellos. Perdía, escondía sus labios de los de él, para que Terry se los buscase de nuevo; chocaron sus narices, sintiendo nuevamente el aroma fresco del lugar y el de ellos. Terry mantenía los ojos cerrados pero logró enmarcar el rostro de su chica y dar por finalizado el juego.

Primero, rozó sus labios... después, se abrieron para dar pase a un beso lleno de pasión, amor y unos sentimientos que recién Candy experimentaba.

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Cuando Rawdon Smith decidió caminar un domingo cualquiera por el centro de Londres, no imaginó que su subconsciente lo llevaría hacia el Puente de la Torre para observar el Támesis. Desde pequeño le había fascinado recorrer las calles adoquinas y grises de la capital, pasar por la Catedral de San Pablo, admirar aquel estilo distinto pero tan nacionalista del Gótico y terminar siempre en aquel puente construido gracias a la revolución industrial. Tendría unos ocho años cuando, en 1894, se inauguró y se inició una nueva era. Las visitas eran constantes, se convirtió en ícono de una Londres moderna, renacida y señorial. Pero sobre todo, era conocido por ser uno de los mejores lugares para observar el atardecer, único momento donde, las nubes dejaban de ser tan oscuras y hurañas y dejaban filtrar cierto efecto tornasolado.

Bajo el puente de Londres (Candy Candy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora