Prólogo

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"Al principio todo era oscuridad y dijo Dios hágase la luz..."

Sonrió de lado ante las palabras leídas y no pudo evitar que una risa socarrona abandonara sus labios. Sus ojos se desviaron hasta el rostro pálido de su amo quien, sentado en su firme trono de piedra, observaba con imperturbable serenidad el libro sostenido por el subordinado. Volvió entonces a posar la mirada en la página inicial de lo que los insolentes humanos llamaban 'la palabra de Dios' y la voz en su mente continuó el relato en privado en tanto sus pies le llevaban de regreso por el pasillo. Las oscuras placas de mármol negro quedaron atrás en algún momento y las columnas de piedra que se alzaban a ambos lados del salón principal desaparecieron de su entorno. Unas escaleras cubiertas por una fina alfombra de un opaco color azul le llevaron la exterior de aquel mundo que habitaba.

Sus ojos dorados como dos monedas de oro recorrieron los alrededores. El cielo negro que cubría todo hasta donde alcanzaba la vista y más allá, si es que a aquello podía llamársele cielo, pues era tan solo como una oscura capa sin estrellas, se encontraba en esa ocasión tan calmo como siempre. Sin una sola perturbación, como era de esperar.

—Todo en orden—se dijo a si mismo un momento antes de bajar la cabeza. Allí estaba, bajo sus pies se extendía una intrincada y brillante red conformada por millones de líneas del color de la noche, cuyo origen eran los cimientos del sombrío templo que acababa de abandonar. Y bajo esta, aquello que los humanos llamaban 'el vasto universo'—Si ellos supieran—volvió a reír.

Era algo que siempre le había causado gracia, sin importar la línea temporal, la dimensión, o cualquiera sea la denominación usada, los seres inferiores siempre se creían a sí mismos el centro. Los más importantes, los que tenían absoluta autoridad sobre todo, incluso sobre otros de su misma raza. Se creían con el poder de enfrentarse al destino, a la muerte, a los dioses. Y de la misma forma pensaban también que su universo era el único. Solo aquel en el que ellos existían. La verdad era que no podía culparlos por ello, dado que sus pequeñas y obtusas mentalidades no serían jamás capaces de enfrentar la verdad. ¿Cómo reaccionarían si supieran que aquello que consideraban tan sagrado no era más que una ilusión?

Eso era algo que cruzaba por su mente de forma constante: El placer de ver las caras de terror absoluto de las criaturas, que incluso para alguien de bajo rango como él eran tan vulnerables como un insecto, al descubrir que había algo más allá. Algo que no solo podía borrar en un pensamiento todo lo que deseara, sino que podía cambiar de manera radical hasta la certeza más absoluta que poseían. Indefensos ratones que bailaban en la palma de su mano sin sentido ni dirección, desesperados por encontrar una razón de ser para sus miserables existencias. Pero no había tal cosa, no había un motivo, nada que pudiese aliviar la profunda crisis que embargaba las almas de aquellos desdichados. No eran más que un capricho, un triste error que día a día se ganaba a pulso la extinción.

Volvió a sonreír ante el pensamiento y dejó caer al suelo las puntas de sus largos cabellos color lavanda, en tanto en su mente visualizaba los posibles métodos que utilizaría para la misión asignada por su amo. Era su obligación castigar a los dioses menores que habían causado disturbios en el delicado equilibrio de las dimensiones y, en base a su juicio, los pecadores serían eliminados.

—Borrados... Destruidos... Ah—echó la cabeza hacia atrás cuando notó un hilo de saliva bajar desde sus labios hasta marcar un camino hacia su barbilla. Rodeó su propio cuerpo con ambos brazos, cruzándolos sobre su pecho, y soltó una risa nerviosa. O más que nerviosa, emocionada. Estaba sinceramente feliz de haber sido premiado con esa misión.

—¿Te diviertes? —una voz femenina lo sacó de sus pensamientos y se vio obligado a abandonar sus fantasías para dirigir la mirada a la dama.

—¿Por qué no? ¡Es un grandioso día para estar vivo! —exclamó, extendiendo sus brazos tanto como pudo en un gesto que hizo arrugar la nariz a la muchacha.

—No entiendo cómo pudieron haber dado semejante responsabilidad a alguien como tú.

Esa frase consiguió que la sonrisa del hombre se deformara, dibujándose en su pálido rostro una mueca macabra y causando que sus ojos destellantes de furia se clavaran en los de su interlocutora. Era cierto que no era disimulado en sus deseos por destruir todo lo que caía en sus manos de la manera más atroz que su mórbida imaginación podía maquinar, pero tampoco podía permitir que alguien le arruinara los planes porque tenían ideas distintas.

—Si fueras imparcial no habría objeciones de mi parte—prosiguió ella ante la falta de respuesta del otro.

—¿Y quién se supone que eres tú para decirme cómo hacer mi trabajo?

El intercambio de palabras era, en apariencia, cordial. Nadie que lo viese desde cierta distancia podría percibir la mirada que los participantes de la conversación compartían. El aura alrededor de ellos era hostil, el aire pesado los rodeaba como una densa capa de oscura niebla. El hombre, rompiendo el tenso silencio, pronunció entonces la frase que cambiaría la vida de la doncella.

—Te propongo algo entonces. Viaja tu a la dimensión que debe ser juzgada y consultaré contigo mi decisión cuando acabe de evaluarla, si estoy errado, eres libre de decirle a nuestro señor.

—¿Lo dices enserio? —alzó las cejas, sorprendida por la repentina propuesta pues, era demasiado justa para creer que no había segundas intenciones detrás.

—Lo juro por mi vida.

—Bien, no suena mal—hizo una pausa, observándolo con cierta inquietud disimulada—Aunque nunca he bajado a una de esas dimensiones. En cualquier caso, puedo volver—dijo con suavidad, a la vez que una puerta plateada aparecía a su derecha y una llave se materializaba en la palma de su delicada mano.

—Por supuesto ¿Crees que arriesgaría mi propia existencia solo para deshacerme de ti?

Ella no respondió a la provocación, pero lanzó una última mirada de desprecio al que consideraba la peor escoria jamás creada. Para su desgracia, era necesario, así como ella y los demás 'ancestrales'. No había nada que pudiese decir, su señor sabía por qué hacía las cosas y si él dictaba que su destino era soportar por toda la eternidad a tal desperdicio de espacio, así sería. Pasó por la puerta de plata sin oír, para su mala suerte, las últimas palabras del dios de cabello largo.

—Oh, lo olvidaba. Quizás pierdas la memoria y algo más cuando llegues allá ¿Supone eso un problema?

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