Al mismo tiempo que Gaelion marchaba a la Academia, Mefistos se encontraba en las mazmorras de su castillo, al otro lado de la ciudad, esperando noticias de palacio y planificando su estrategia.
- La princesa es más tozuda aún que su padre y sé que no cederá el cetro sin más. Eso puede jugar a mi favor, pues los consejeros que aún están indecisos lo considerarán una afrenta.
Las carcajadas de Mefistos resonaron entre los altos techos de las mazmorras haciendo estremecer al jefe de la guardia, Malakay, que escuchaba a su señor desde un rincón.
- ¿Realmente necesitáis el cetro de la emperatriz, mi señor? -se atrevió a preguntar.- Vuestro poder es muy grande y habéis logrado crear un cetro que también controla a los dragones dorados.
- Ingenuo Malakay, ni mi poder ni mi cetro, pesé a su grandeza, pueden superar al cetro dorado. El cetro dorado tiene magia propia, almacenada en su interior a lo largo de los siglos. Mi cetro es aún joven, con él absorbí el poder y la energía de mi primo hasta agotarlo sin que ni él mismo lo percibiese, con él absorbo la energía de este dragón -dijo señalado un dragón dorado joven encadenado al muro- y gracias a ello empiezo a controlar a los dragones más jóvenes y a los más débiles. Pero no puedo controlar a todos los dragones, aún no he logrado acumular en ella suficiente poder para hacer que me obedezcan. Por eso necesito el cetro dorado. ¿Lo entiendes ahora, soldado inútil?
Malakay bajó la cabeza, avergonzado.
- Es cierto que mi poder es superior al de todos los magos de la corte, incluida esa niñita que pretende ser emperatriz, - continuó Mefistos, ignorando de nuevo al jefe de la guardia- por eso lo justo es que yo sea el emperador. No una cara bonita estúpida y débil que pretende remover las bases de nuestra sociedad permitiendo que cualquiera sea mago y que los enanos y otras escorias pululen a sus anchas por el reino. Sin embargo, mientras tenga el cetro en sus manos no puedo enfrentarme a ella abiertamente...
Un cuervo de ojos rojos entró graznando en la mazmorra, interrumpiendo sus pensamientos, y se posó en su hombro. Mefistos lo miró fijamente a los ojos.
- La vara de fuego... Un mapa... Vaya, vaya... -murmuró.- Esto puede complicar las cosas, pero tal vez podamos volverlo a nuestro favor.
El cuervo graznó y voló hacia la percha que tenía en un rincón.
- Por lo visto nuestra princesita está dispuesta a luchar. Malakay, ¿has oído hablar alguna vez de los dragones rojos?
- Sí, mi señor. Se dice que son los más poderosos que existen y que sólo un hombre logró controlarlos. Pero son un mito, señor, nadie ha visto ninguno en siglos.
- Cierto, pero todo mito tiene su parte de verdad -dijo, parafraseando, sin saberlo, a Gaelion.- Orenaur fue un hombre que vivió hace mucho tiempo, cuando estos dragones aún volaban por nuestro cielo. Él salvó al rey de los dragones y éste, en agradecimiento, depositó parte de su esencia en el cayado de Orenaur para que pudiese llamarlo si lo necesitaba. Hubo grandes guerras, el cetro se perdió y los dragones desaparecieron. Por lo visto Alaya cuenta con su existencia y, con la ayuda de ese viejo chocho de Gaelion, ha decidido buscarla. Parece ser que existe un mapa en la biblioteca de la Academia que indica dónde se encuentra. Consígueme ese mapa, Malakay. Y asegúrate de que Gaelion no le da nuevas ideas a mi sobrina.
Malakay se inclinó con el puño en el pecho y abandonó presuroso la mazmorra.
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Ram y Sof habían logrado introducirse en la Academia sin ser vistos y ahora estaban examinando la gran biblioteca. Mejor dicho, Ram la examinaba, ya que Sof, nervioso y asustado, no hacía nada más que quejarse.
- Ram, venga, vámonos. Aquí no hay nada más que libros y papiros llenos de polvo. ¡Si alguien nos pilla acabaremos convertidos en sapos!
- Sof, ¡relájate! Todo el mundo está en el palacio pendiente de la reunión del consejo. Mira a tu alrededor, ¿no es fascinante? Te rodean siglos de historia y conocimiento.
- No, no lo es. Es peligroso. En este sitio hacen magia, ¡magia! Seguro que hay hechizos protectores por todos lados.
- Si los hubiese ya lo habríamos notado.
En ese momento empezaron a escucharse dos personas que se acercaban por el corredor. Hablaban muy rápido y parecían nerviosos y alterados.
- ¿Lo ves? -exclamó Sof.- Nos han pillado. ¡Nos han pillado! ¿Qué hacemos ahora? Yo no quiero ser un sapo. Son viscosos y feos y asquerosos...
- Tranquilízate y no grites, idiota, o sí que nos pillarán de verdad. -dijo Ram en un susurro y tiró de su amigo hacia una puerta que vió al fondo de la sala.- Ven, escondámonos allí.
La puerta les llevó a un corto pasadizo al fondo del cual había otra sala llena de instrumentos y cachivaches. De el techo colgaba un enorme esqueleto de dragón (Sof no pudo evitar soltar un silbido de admiración al verlo) y, esparcidas por las mesas, había un montón de cajitas, platos, cucharas e instrumentos que, aparentemente, servían para realizar pociones.
Ram se fijó en una bolsita de cuero y, al abrirla, se encontró con un puñado de polvo plateado y brillante.
- Pólvoras mágicas.
Al otro lado de las puertas las voces se hicieron más fuertes, aunque no se entendía lo que decían, por lo que se guardó el saquito en el bolsillo y apoyó la oreja contra la puerta en un intento de descubrir de qué hablaban. Debía ser importante a juzgar por el tono de su voz.
Sof, por su parte, examinaba los objetos esparcidos por las mesas.
-¡Eh Ram! -exclamó, olvidando su miedo.- Fíjate, la mayoría de estos objetos son de oro y de plata. ¡Hemos encontrado una fortuna!
- Shht, no grites o nos oirán. Coge lo que quieras pero no hagas ruido.
Sof hizo un gesto de asentimiento sonriendo y empezó a examinar los objetos con cuidado, llenándose los bolsillos y la bolsa con todo lo que le parecía valioso.
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En la gran biblioteca, Gaelion observaba un pergamino extendido sobre una mesa mientras Daira, su ayudante, buscaba entre los libros de los estantes superiores.
- ¿Estás segura de que lo guardaste ahí?
- Por supuesto, maestro. Conozco esta biblioteca palmó a palmo, he colocado los libros en su sitio y les he sacado el polvo durante los últimos cinco meses. -refunfuñó Daira.- Aquí está, "Descubrir lo escondido".
- Bien, bien, tráelo aquí.
Gaelion hojeó el libro hasta encontrar la página que buscaba, espolvoreó el pergamino extendido frente a él con unas pólvoras que acababa de elaborar y murmuró el conjuro que había seleccionado.
Daira observó atentamente, pero nada sucedió.
- ¡Caramba! ¡Qué pergamino más difícil de leer! Llevo meses intentando descifrarlo, pero es muy antiguo y no encuentro la fórmula correcta. -Gaelion siguió hojeando el libro de hechizos y murmurando para sí.- La emperatriz cuenta con que pueda solucionar este problema, necesita que encontremos una solución... A ver este hechizo... No, demasiado básico... Ah, tal vez este funcioné. Daira, querida, acercame el polvo de alas de mantícora. Y no pongas esa cara, mujer, esto que hacemos es muy importante.
- Lo sé, maestro, -respondió tendiéndole lo que le había pedido- es sólo que me siento estancada encerrada siempre aquí ordenando libros. Creo que puedo hacer mucho más.
- Sí, sí, querida, -respondió sin mirarla, cogiendo el frasco que ella le tendía- pero hay que tener paciencia. La paciencia es una gran virtud. Todavía estás empezando, a su debido momento podrás demostrar tu poder y tu habilidad. Y ahora silencio, por favor.
Gaelion se preparó para formular el complicado conjuró cuando un rugido ensordecedor procedente de la sala contigua lo interrumpió.
- Maldita sea... Tal vez se ha escapado alguna criatura y se ha colado en el laboratorio. ¿Podrías comprobarlo?
- Por supuesto, maestro.
Y se dirigió hacia la misma puerta por la que habían salido antes Ram y Sof mientras Gaelion se preparaba de nuevo para realizar su conjuro.
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Guerra de dragones (provisional)
FantasyEsto empezó siendo un remake de una película cuya trama me parece magnífica pero la forma de narrarla nunca me ha convencido (la película en cuestión es Dragones y mazmorras). Empezó, evidentemente, como un simple divertimento, una forma de pasar el...