Capítulo 1

20 1 0
                                    

Sión entero bullía con la noticia, el emperador había fallecido tras una larga convalecencia. En la capital, todo el mudo comentaba el asunto. Se decía que el emperador llevaba mucho tiempo enfermo y ningún médico ni mago sabía qué tenía ni cómo curarlo. Algunos comentaban que la misteriosa enfermedad no era natural y por eso no se encontraba la cura, aunque nadie se atrevía a mencionar en voz alta la posibilidad del asesinato.
Lo que más preocupaba ahora a la gente era quién le sucedería en el trono. La princesa Alaya tansolo tenía catorce años, una niña todavía, y muchos miembros del consejo la consideraban demasiado joven, aunque llevase preparándose para suceder a su padre desde los siete.
A Ram y Sof, sin embargo, les traía sin cuidado los asuntos de palacio. Sí les interesaba, en cambio, el desorden y la agitación que circulaban por la corte de los magos. Eso podría facilitar su trabajo.
- ¿Estás seguro de esto?
- No te preocupes, Sof. La academia está prácticamente vacía, todos los sacachispas están en palacio intentado conocer el futuro de Sión. Entramos, pillamos algo valioso y salimos. Así de sencillo.
- ¿Así de sencillo?
- Exacto. Será pan comido.
- No lo tengo claro... Ese lugar es el baluarte de la magia. No me parece sensato.
- Es el baluarte de la magia y hoy está abandonado, abierto, dispuesto para que nosotros nos sirvamos. Allí dentro habrá magníficos tesoros. Seremos la envidia de todo el gremio de Sión.
- Entrar y salir. Nada más.
- Nada más.- Afirmó sonriendo.- Confía en mí.
Ram lo cogió por los hombros y le miró con expresión traviesa. Sof dudó unos instantes, pero finalmente se contagió del entusiasmo de su amigo.
- Mmmñññ... Está bien. Pero nada de cosas raras. Ni frasquitos, ni polvos mágicos.
- Por supuesto, prometido.- Respondió Ram levantando las manos.
- Vamos allá pues.
---
En el palacio, Alaya hablaba en privado con Gaelion, el viejo consejero de su padre e insigne director de la academia.
- Debemos actuar cuanto antes, Alteza. Mefistos es muy hábil con las palabras y tiene malas artes. La mitad del consejo está de su lado, por convicción o por coacción, y apelando a vuestra corta edad y vuestra reciente pérdida tratará de convencer al resto de que debéis entregar el cetro dorado al consejo mientras este delibera sobre quién es el sucesor más apropiado.
- Mi padre, el emperador en persona, me designó como su sucesora.
- Pero el consejo debe ratificar su decisión y muchos de sus miembros os consideran demasiado joven.
- Y, obviamente, Mefistos querrá reclamar su derecho al trono.
- Como primo de vuestro padre puede hacerlo, y estoy seguro de que esa es su intención.
- Si lo consigue hechará a perder todo el trabajo de mi padre...
La princesa se levantó de su trono y miró por la ventana. Desde allí podía contemplar la plaza del mercado, donde la gente se reunía para comprar, vender e intercambiar productos y noticias.
- Con Mefistos en el poder el pueblo sufrirá grandes penas. Mi padre intentó mejorar su situación y él siempre lo frenó.- Miró de nuevo a Gaelion.- Con el cetro, Mefistos tendrá tanto poder que será imparable. ¿Y si me niego a entregarlo? ¿Tengo algún apoyo?
- Algunos se mantienen fieles a vuestro padre, pero muchos tienen dudas y vuestro tío les llena de miedo diciéndoles que pretendéis disolver el consejo.
- No es esa mi intención. Yo sólo quiero mejorar los derechos de mi pueblo, que todo el mundo reciba el mismo trato sin importar su raza o su rango.
- Pero así es como él lo explica. Y si os negáis a la petición del consejo, muchos creerán sus palabras.
- Y si, aún así, me negara...
- Podía significar la guerra. Una guerra larga y dura.
- Pero no puedo ceder el poder. ¿Qué debo hacer?
Alaya se hundió en su trono con la cabeza entre las manos.
- Bueno... Tal vez haya un modo...- Gaelion murmuró dubitativo.- Si tuvierais en vuestro poder el cetro de fuego vuestra fuerza sería muy superior.
- ¿El cetro de fuego?- La emperatriz se incorporó y miró a Gaelion sorprendida.- Pero no es más que un mito, un cuento para niños.
- Oh, no, no, no, Alteza. Todos los mitos esconden algo de verdad en su interior. El cetro existe. Llevo años investigándolo y tengo en mi poder, en la academia, algo que tal vez pueda llevarnos a él. Es un pergamino, creo que un mapa, pero aún no lo he logrado leer.
Alaya se acercó de nuevo a la ventana y miró el bullicio de la plaza, pensativa. La gente se movía entre los puestos, ajena a sus cavilaciones. Un cuervo graznó cerca de allí.
- No quiero iniciar mi reinado con una guerra, el pueblo es el que más sufre en estas situaciones. Pero ceder el cetro al consejo es entregárselo a Mefistos, y él no es más que un bruto avaricioso y mezquino, aunque mi padre nunca lo quiso ver.- Suspiró y se alejó de la ventana.- Si el cetro de fuego existe puede sernos útil. Prefiero convencer con mis actos y mis palabras, pero si se niegan a escuchar y prefieren una guerra... juro por mi padre que no me hecharé atrás. Maestro Gaelion, descifra ese mapa.

Guerra de dragones (provisional)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora