Primavera, verano.

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El joven que sostenía una fragante flor en su mano, de inmediato se quedó anonado.

Entre las flores silvestres que adornaban el sustancial rito de árboles espesos, una cabecilla apareció como un brote fresco de bambú, sacudiendo sus cortos tallos bajo la asfixiante mirada del sol.

Era verano, por consecuente, podría ser difícil no tentarse por las corrientes cristalinas del arroyo.

El pequeño brote de bambú se acercó al borde de la maleza empequeñecida que saturaba los laterales del agua frondosa. El joven comía una rebanada de sandía, el jugo se fue escurriendo por las comisuras de sus labios por cada mordida que le daba

El sabor como siempre era delicioso, no había nada parecido, simplemente hilarante lo azucarado que estaba el fruto

Al ver que el pequeño brote se puso de rodillas, y flexionó su delgado cuello demasiado cerca de esas corrientes de agua cristalina, él tampoco pudo evitar estirarse un poco para apreciar la escena a plenitud, como si ese niño fuese la viva imagen de un celestial niño de jade, bajando solo y únicamente para beber del agua de los mortales.

Las finas hileras de pestañas salieron adoloridas de las corrientes al terminar de beber y el pequeño casi se desliza por completo hacía el murmullo de aguas cristalinas al tratar de meter su cabeza por completo, pues era verano, y en estas épocas auspiciaba un tormentoso calor para los más intolerantes.

Como parecía serlo ese niño.

Un pequeño de no menos la altura de una espada, un cuerpo tan delicado y proporcional que parecía un ser irrealista.

El joven se apresuró a sostener el brazo que plantaba sobre la tierra el pequeño, para no dejarse ir por completo dentro del arroyo, al ayudarlo, el niño también se sobresaltó dejando ver su carita empapada

Él lo miró

El niño le sonrió

- ¿Quién es usted señor? -

Preguntó con una facilidad, algo que se extenuó en deducir que este niño parecía no temerle a los extraños, el niño miró hacía su brazo aun colgando de la mano más grande y cálida del joven, quien en seguida lo soltó al sentir su vaga mirada curiosa.

El joven se rió entre dientes y se sacó del pliegue de su túnica un pañuelo para secarle ambiguamente las gotas que se escurrían sobre esa pálida piel, la luz noqueaba cada rastro de penumbra, parecía que el brote de bambú destellaba como un ser inhumano bajo la flameante luz ascarecida que el sol supuraba con ánimos esta tarde.

El pequeño dejó que lo limpiara.

- No soy tan viejo - Indicó el joven cuando el niño parpadeó dos veces sin tratar de esconder su asombro de la espada que llevaba envainada en el cinturón.

- Puedes confiar en este hermano mayor, dime ¿Dónde están tus padres? y ¿Cuál es tu nombre? -

El niño sonrió brillantemente y le respondió

- Nací de una madre y un padre, pero ninguno llegó a vivir tanto tiempo, como para llegar a ponerme uno. -

Entonces el joven con el corazón encogido, alzó las comisuras de los labios ofreciéndole una cálida sonrisa modesta

- ¿Quieres que te de uno? -

El niño asintió agitadamente sin dejar de observar en dirección a la espada plateada y morada que sobresalía de la faja de Wei Wuxian

- ¿Qué te parece Jiang Cheng? -

El niño mostró su aprobación asintiendo frenéticamente con la cabeza, logrando sacarle una carcajada a Wei Wuxian, luego, después de terminar de ser curioso con el arma púrpura que ahora Wei Wuxian parecía esforzarse en esconder de él, le preguntó

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