Abrió los ojos de golpe.
Otra vez, estaba reviviendo su último día a su lado.
Si se centraba un poco, todavía podía sentir su presencia. Su olor. Incluso, podía recordar su voz. Y sabía que eso era aferrarse a una falsa esperanza, pero era lo único que evitaba que la locura lo envolviera en sus frías garras, porque cada día parecía más monótono que el día anterior.
Luego de intercambiar algunas palabras con aquel viejo rival sobre la «unificación» de los mundos, había sido acorralado por el cansancio y se había entregado a los brazos de Lunaria.
Era irónico. Teniendo en cuenta todo lo que había intercambiado a cambio de su inmortalidad, ser capaz de sentir cansancio le parecía absurdo. Sin embargo, lo estaba. Estaba cansado. Su mente había vivido lo suficiente para desear la pronta muerte, pero incluso esta lo había abandonado. No tenía otra opción.
Él era el rey de ese mundo. Después de todo lo que había logrado, no podía morir. No podía perder la cabeza. No podía sumirse en su miseria. Ni ahora ni nunca. Tal vez esa era la razón por la que dolía tanto su recuerdo, porque nunca dejo que su herida sanara.
Se puso de pie y abandonó aquella habitación en la que se había aislado durante tanto tiempo. Había anochecido. La luz de la luna entraba por las ventanas y el reloj marcaba la hora exacta para encontrarse con ella en el Mirador de los Recuerdos.
Caminó por los solitarios pasillos de Catedral Central desde el trigésimo piso hasta el piso noventa y cinco. Por lo general, utilizaba su encarnación de vuelo para evitar caminar entre los residentes de la torre, pues el Star King había muerto hacia treinta años. Sin embargo, nadie sabía que el destino había arruinado su muerte. Nadie sabía que continuaba escabulléndose por las calles de Centoria. Y aunque no sucedía con frecuencia, de vez en cuando le sorprendía la reacción que cualquier otra persona, excepto ese incordio, tenía al estar de pie a algunos metros de él. Al parecer su presencia era un peligro que debía evitarse. Él era un mal necesario.
Sin embargo, ni ese pequeño incordio ni ningún otro Integrity Pilot parecía estar allí. Quizá no debió haber ignorado los cientos de voces y balbuceos que escuchó en el piso 50.
¿Acaso había olvidado alguna celebración importante?
No. El festival de Stacia seguía llevándose a cabo, como cada año, en las concurridas calles de Centoria. No había razones para que la fiesta fuese trasladada a Catedral Central.
Se encogió de hombros, restándole importancia, y suspiró con pesadez. Se encontraba recargado en la baranda, mirando el cielo nocturno. Allí estaba su única compañera, Asuna, bañándolo con su luz. Todavía podía recordar cómo había tomado uno de los dragones metálicos y había volado hacia ella para tocarla, tomarla y entregársela a su reina como regalo de aniversario.
Ahora más que nunca, agradecía no haberlo conseguido, pues aquella mensajera celestial no lo había abandonado. Nunca lo hacía. Ni siquiera en sus noches más oscuras. Esas primeras noches habían sido las más difíciles.
Unas pisadas resonaron detrás de él, pero el rey no se alarmó. Reconocería el eco de aquellas botas en donde fuese. Además, sólo había una persona en todo Underworld que sabía de su existencia. Aquel pequeño incordio del cual no podía deshacerse.
–Otra vez observando las estrellas, su majestad –aquella suave voz como la seda hizo eco en sus oídos.
–Tú... –dijo sin mirarlo. Su mirada acerada permanecía en su estrella.
–Sí, yo –soltó, seguramente, poniendo los ojos en blanco –. ¿Acaso esperaba a alguien más? –preguntó, intentando sonar completamente ofendido –. Hasta donde sé... soy el único que soporta sintonizar sus luchas y su mal humor –el rey resopló –Ve, otra vez esta de mal humor. No entiendo porque soy el único que debe lidiar con esto.
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Estrellas de Papel
Fanfiction✩ Antología Real de Underworld. ✩ Lo mismo pero ordenado cronológicamente. → Fanart por なほまる不在 [@Na___cccc] en Twitter