Se fue sin irse de mí

Lo busco en el asiento de al lado y no está... frío, es lo primero que se siente; va creciendo desde los pies y sube en una estampada a la cabeza y regresa a la nuca. Una sensación que me ha pasado antes, tal vez en pesadillas o en recuerdos imaginados: el saber que se va a morir, ahí, en el momento. Como ese fugaz tornado que da el acercarse mucho a un barranco, solo que ahora solo caigo y caigo, mientras el fondo se lanza a mí. Tampoco está en mi bolsillo izquierdo, ni derecho de la camisa. El sonido de la rastra en la carretera penetra mis oídos aunque ya ni lo escucho.

Tampoco está en la guantera, yo no sé encontrar nada, Mercedes es la que siempre me da el cel, me arma el presupuesto, los pagos y gastos. Mi Meche carajo... ojalá estuviera aquí... No terminé de ordenar el taller, no le pagué la deuda al Héctor, tengo pendiente la colegiatura de Claudita... Nunca se piensa en morir, solo se piensa en todo y en nada.

La rastra que manejo sigue avanzando, intento bajar la velocidad, tal vez solo vaya a ser el impacto y ya...

Olvidé todas las veces que me había levantado inquieto porque, sin saberlo, había soñado con el morir. Me despertaba sudado, dando vueltas sin recordar qué había pasado en mis sueños, solo me quedaban los miedos vacíos. Se siente en vivo como ahora; soy yo el que está quieto y son las cosas la que se mueven hacia mí, no se puede escapar de este viaje sin regreso, de esta caída sin fin. Ahora vivo la pesadilla.

Finalmente siento el cel bajo mi muslo derecho, me lo acerco a la boca y le mando un mensaje de audio a Mercedes: "Amor se me fueron los frenos no sé si te volveré a ver".

Cuando escucho la voz de Rodulio en el teléfono todo se me paró, parecía mentira, como si me absorbieran del mundo y todo estuviera al otro lado de algo, sin existir... una intenta aferrarse con pánico a una primera esperanza; "¡Tal vez sí pudo salir del camión!"... "¡O alguien lo ayudó!". Pero supe que no había nada que hacer desde que a lo lejos en la carretera, vi aquel relajo de gente y el humo negro huyendo de las llamas.

Se fue sin irse de mí. Apagó las luces dejándome trasnochada en la oscuridad, seca, como los pétalos de las flores muertas de este cementerio. El sonido del viento interrumpe la soledad mientras busco palabras que no existen para dejar escritas en este papel, un intento de despedida sobre este negro fragmento de tierra mojado por la lluvia. La sal densa se siente en la boca, las lágrimas se sueltan y estallan sin freno como fuego en uno. El llanto que no sabía que me cabía en la vida me sale sin que pueda controlarlo.

Me da miedo ser, todo lo que no sé y me morderá la vida como esa vez que escuché su voz en el teléfono... con el tiempo una aprende a decidir sola las cosas... Rodulio Moncada no sabía que existía él mismo. Siempre andaba sin saber el por qué estaba ahí, perdiendo todo, con la mirada ida pensando a saber en qué, medio dormido o medio soñando, sin cuidado de donde andaba dejando el teléfono o las llaves. Hasta cuando dormía parecía que no estaba acá. No solo una vez veía su silueta desvelada en la cama y lo regresaba suavemente al sueño sin que él se diera cuenta. Algo feo debía soñar, nunca le pregunté qué, para no recordarle. Cuesta... tomar las riendas de las cosas, luego de que una se ha acostumbrado a pensar a través de alguien más.

No sé cómo recordaré en un futuro estos días transparentes que pareciera no existen. Una intenta aferrarse con fuerza a una última esperanza; dicen que al morir nos reuniremos con los que nos dejaron... tengo que creerlo, tiene que ser así... aunque a veces parezca irreal, como resguardarse en una guarida imaginaria bajo el aguacero.

Sentada en la tierra siento la luz del sol yéndose, suelto el papel en mis manos y dejo que lo arrebate este viento ciego que se lleva lo que puede.

Ojalá yo también pudiera enviarle un último mensaje, como él sí pudo; le diría que, aunque él no sabía si nos volveríamos a ver, yo sé que sí podremos... tiene que ser así.