PRÓLOGO

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La reunión había sido pactada a la seis de la tarde.

Hablaron sobre repartir panfletos y otros asuntos, a los que no les prestó demasiada atención.

Se sentía entre las nubes.

Ese día había sido hermoso.

Ella le había dicho que sí, que quería ser su novia.

Y, su corazón, como el de un chico enamorado, latió rápido. De gozo. De felicidad.

Que suerte tenía.

Frida era linda, como las flores que decoraban el parque donde se habían encontrado esa mañana, y le hacía sentir que todo por lo que luchaba, valía la pena.

Ella era su motivo. Su razón. Su esperanza.

Le acarició el cabello almendrado y ella se removió nerviosa sobre el banco.

No pudo contenerse y la terminó besando.

Su primer beso.

Un beso largo, nada predecible, que por instantes era lento, aterciopelado, inocente, y en otros, se volvía un torbellino capaz de arrasar con todo lo que se encontrara.

Frida no dijo nada, pero cuando el beso terminó, tenía las mejillas rojas y una sonrisa que le iluminó el rostro.

Seguidamente, la tomó de la mano y empezaron a andar, despacio, como esas parejas que sueñan con detener el tiempo.

Unos golpes sobre la puerta lo hicieron volver de sus recuerdos.

¡Nazis!

Llegaron los disparos, los gritos; el pánico.

Corrió cuanto pudo, sin detenerse, sin siquiera pensar en lo que hacía, y fue alcanzado por una bala.

Aun así tuvo fuerzas para saltar la pared, y llegar a la calle de atrás.

Mientras era perseguido por los esbirros que gobernaban su país, se preguntó por qué simplemente no tomó a Frida entre sus brazos y se la llevó lejos de allí, por qué no la fue a ver una vez más en vez de ir a aquella reunión.

Sintió miedo.

Miedo de no volverla a ver.

De no escuchar más su voz de caramelo.

De nunca sentir el calor de su cuerpo durmiendo junto al suyo.

De morir.

Cruzó una esquina, ya casi sin aliento, con la pierna sangrándole a causa de la herida y un dolor que por instante lo hacía detenerse, y divisó a una chica regando unas flores.

A la vista el lugar no parecía lejano; sin embargo, él lo sintió una eternidad.

Tuvo que ayudarse con la mano para poder arrastrar la pierna y llegar hasta donde ella estaba.

—Ayuda —jadeó, cuando la tuvo en frente.

Ella dio un respingo dejando caer la regadera al suelo y dejó la boca entre abierta.

No se movió.

No hizo nada.

Èl observó la calle, había otras personas afuera, que estaba seguro, tampoco le ayudarían.

Su oído que parecía haberse agudizado, escuchó las voces de los nazis.

Entonces....

Lo supo.

Supo que había llegado el fin.

Volvió la mirada hacia atrás y los divisó, acercándose como lobos feroces en busca de su alimento.

Elevó las manos en señal de rendición.

Entonces....

Oyó un disparo.

El dolor lo hizo caer de rodillas, como un esclavo que se somete ante un tirano.

Miró el cielo, que se había vuelto grisáceo y se llevó la mano al corazón, imaginando que Frida estaba allí.

—Sé feliz mi amor —musitó, dejando escapar una lágrima.

Un soldado se le acercó.

Tenía los ojos cargados de odio y una sonrisita que le heló la piel, realmente parecía disfrutar lo que hacía.

—¡Cerdo comunista! —Lo escupió, y disparó una vez más.

Sublime y FerozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora