V A L S E M U L S A N N E

15 2 0
                                    


"¿Y si no estuviera aquí?" Una vez que la idea germina, se extiende sin detenerse. Poderosa. Destructiva. Sofocante. ¿Y si no estuviera aquí? La tormenta de nieve es lo único que veo detrás del parabrisas. Ni luces, ni estrellas, solo un espacio negro que pareciera no tener final. Tus ojos eran la luz que iluminaban el sendero oscuro que recorría por las mañanas. Extraño tanto disfrutar de esos panecillos con mantequilla y mermelada de fresas que preparabas en el desayuno. El reflejo al verte en el espejo, el brillo de tus dos esferas azules, tus rizos tan bellos. ¿Recuerdas cómo nos llamaba papá? "Cobrecitos" un juego de palabras compuesto por Cobre y Rizos; en  referencia a nuestro cabello rizado y cobrizo, ni tan rojo ni tan amarillo, más bien muy anaranjado. ¿Hueles eso? Se filtra por las ventanillas. Es como... ¿lavanda?, tu aroma favorito.

— Diciembre ya no tiene magia. —dice Eliette sin quitar mirada de la carretera.
— ¿Perdona?
— Cuando la realidad es tan cruda, cuesta hacerse a la idea de que lo que es importante para el resto, debe serlo para nosotros.
— Las navidades no son las mismas sin ella.
— No, Mirel, ya eran grises desde antes de que se fuera.

Es cierto. Diciembre y el invierno perdieron su magia cuando acepté su partida. Pero tú, aferrada a sonreír cuando no podías, a guardar la tradición de ser feliz, cuando solo había infelicidad. No, no debiste ceder. Un pensamiento me asalta, como fotograma perdido en el abismo. Un par de ojos como los míos, una copia al carbón de mis gestos en el frío.

— Cosette.
— ¿Qué? —responde Eliette confundida.
— ¿Dónde está Cosette?
— ¿De qué hablas?

Pienso en lo que soy, lo que quiero y lo que dejaré. La vida es rara, se presenta en fotogramas aleatorios y sin sentido. Entiendo porque muchos deciden saltar del balcón o pasar un objeto afilado por sus venas. Es que la crudeza con la que se representa la realidad puede llegar a ser insoportable. Como el guión mal escrito de una película sin género definido; así ha sido mi vida. Recargo mi cabeza sobre el hombro de mi padre. Aterrizaremos pronto, y es mi última oportunidad para confesarlo. Su abrigo de lana es muy suave y su fragancia hipnotizante. Cuando toma mi mano me siento segura para hablar, su sonrisa brillante me invita a confiar.

— ¿Papá? —pregunto con tono de voz temeroso.
— ¿Qué pasa, cobrecitos?
— Sé que te enojarás mucho conmigo. De antemano te pido que me perdones.
— Dime, hija. Nada me haría enojar demasiado contigo.
— Hay dos cosas que no funcionan en mi vida. Dos secretos que me dividen al saber que mamá podría tomarlos con dificultad.
— Te escucho... 
— La primera es que tengo la sensación de sentirme muy atraída hacia otras chicas. De hecho, hay una; su nombre es Lissette. Creo que soy bisexual. Sé que no está a discusión, que tienen una opinión muy radical en cuanto a esto. Pero, honestamente, esconderlo me está sumergiendo en un lago de frustración. La segunda es, y tal vez la más importante, que tengo cuatro semanas de embarazo.

Mi padre suelta mi mano. Observa su reloj y me mira con una expresión de sorpresa y decepción.

— Escucha, Mirel. Respecto a lo primero, efectivamente no está a discusión. No por mí, si solo yo tuviese tu tutela a mi cargo, no me importaría. Pero tú madre tiene un punto de vista irrefutable en contra de la orientación sexual. Y su argumento va más allá de la homofobia. Su madre, tu abuela, la abandonó cuando tenía nueve años para hacer su vida con una mujer. La cuestión es, pequeña, que aunque eso no tenga nada que ver contigo, el trauma lo repite en ti. Sabes que su salud está muy deteriorada, y una mala noticia podría matarla. Es por eso que, efectivamente, tu sexualidad no está a discusión.
— ¿En cuanto a mi embarazo?
— Ese es un tema complicado, pues no encuentro una forma de decírselo a tu madre sin que le afecte. Además, pienso en tu carrera: ¿sabes que tener un hijo te afectaría en tus estudios?
— Sí, lo sé.  —agacho la cabeza.
— Lo mejor será que abortes. —afirma con frialdad.
— ¿Qué?
— Estás a tiempo, hija. A mi regreso de Paris iremos a la clínica de la doctora Alice y solucionaremos el problema.
— Pensaba que podía tomar la decisión de tenerlo.
— No hablas en serio, ¿cierto? Tienes 18 años, acabas de ingresar a la carrera de medicina y esperamos que muy pronto te especialices en psiquiatría. Un hijo solo estorbaría.
— No quiero abortar, papá.
— Lo harás, Mirel. Y no está a discusión. Por la salud de tu madre, por tu futuro y porque al final dependes de nosotros.

DICIEMBRE YA NO TIENE MAGIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora