Pesadilla

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El cielo cambió para mí.

Me limitaba a observar, lo que me consumía en odio al ver cómo actuaban cada uno de ellos.

Eran felices. Bromeaban entre ellos, se contaban sus problemas... Pero no había nada que me molestase tanto como sus sonrisas. Sonreían unos con otros, se daban besos, caricias...

¿Por qué? ¿Por qué son felices? Todos son egoístas sin duda, y nadie intentaba en hacer algo por los demás. No se merecían ser felices, yo intentaba darlo todo por ellos, y no lo era. ¿Por qué ellos sí?

Era injusto, muy injusto. Deseaba su mal, deseaba darles a conocer el miedo, ver como sufrían. Sí, eso sería genial...

Pero intentaba controlarme, me asustaba a mí mismo ver en qué me estaba convirtiendo. No quería eso, en el fondo, aún conservaba mi poca humanidad, y sin eso ¿Qué me quedaría?

Sin embargo, resultó imposible. Recuerdo ver a un mendigo pidiendo limosna. Me compadecí de él al verle, pensé que había alguien que entendería mi sufrimiento. Tenía un cartel, hablando de su situación. 3 hijos, una esposa enferma, él no trabajaba y no tenían casa. Las personas que pasaban por ahí le miraban con una cara entre pena y asco, y como mucho le tiraban una moneda del cambio de la compra que acababan de hacer. ¡Imbéciles!

Ya al anochecer, el mendigo se puso en pie y se fue, supuse, con su familia. Le seguí. Quería hablar con él, quería ayudarle, y sobretodo, no hubiese caído en la locura. Pero no fue así. El mendigo, el estúpido mendigo, usó su dinero para comprar una botella de licor que tragó poco a poco, y un paquete de cigarrillos que encendió con cerillas que llevaba encima, tras un callejón. Fue entonces cuando no aguanté más. Ya no sólo era egoísmo, él había engañado a todos para pagarse sus vicios.

Y así, lleno de ira, le pegué, y para molestarme aún más, el alcohol le había dibujado una sonrisa, quizá el no era consciente ni de lo que estaba pasando, y eso me enfurecía más. Llegó un punto en el que, con mis puños llenos de sangre, dejó de moverse. Ya no respiraba. Pensé que había encontrado a alguien como yo, pero como siempre, yo era un iluso. Usé el poco alcohol que quedaba y se lo eché en la cara, la cual prendí con una cerilla.

"¡Arde, arde, arde!" Me sentía genial. Me desahogaba ver como su cara se quemaba. Era una sensación muy agradable.

Pero no me duró mucho.
"¿Papá...? "

Recuerdo ese momento perfectamente. Allí estaba su familia, la cual creía inexistente, contemplando paralizados como su querido padre ardía muerto.

La cara de uno de los niños se quedó grabada en mi mente. Yo no supe hacer otra cosa que sonreír. Les sonreí con malicia, no sé muy bien por qué, pero sólo fui capaz de hacer eso. Y me marché, no les maté a ellos, pero debería haberlo hecho para no encontrarme donde estoy ahora.

Pero bueno, así entenderán lo que se sufre. Entenderán lo que es tener pesadillas como vida en lugar de sueños.

Entenderán lo que es ver siempre el cielo gris.

MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora