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Damien.

Miró con cansancio el monitor de su computadora, en este se reflejaba una lista, para él interminable, de cosas que debía revisar, aprobar, resolver, en fin, responsabilidades que debía cumplir; después de todo era el heredero de toda una ciudad, la imagen social y el responsable a todos y cada uno de sus ciudadanos, por lo menos hasta donde sus capacidades se lo permitieran. Debía asegurarse de que no faltaran los recursos esenciales que cualquier demonio necesitaba para sobrevivir. Ser el heredero, el demonio competente para dirigir y hacerse cargo de aquella ciudad era un privilegio que él se había ganado con con sudor y lágrimas mucho antes de que su hermano mayor pensara siquiera en la posibilidad de reclamar la oportunidad de ser evaluado como posible heredero al trono, es por ello que siempre había amado lo que hacía, además, siempre ha tenido el apoyo de los demonios que lo rodeaban y amaban de forma incondicional.

Demonios que conocían tanto sus cualidades como sus áreas de oportunidad, que lo querían tal cuál era, que habían aceptado sus cambios a lo largo del tiempo sin hacer escándalos innecesarios ni sorprenderse por cosas que, al final del día, le corresponden sólo a él manejar. Se había rodeado de demonios con los cuáles podía crecer emocionalmente. Pudo ponerse sobre sí mismo una capa flexible de amor y privilegios que había conseguido para sí mismo. Y era gracias a ello qué podía soportar las cargas negativas que su trabajo podía darle, que viéndolo desde un punto de vista externo podrían no parecer demasiadas.

Ahora mismo, por ejemplo, estaba más enfocado y preocupado en tratar de encontrar una solución a la plaga que su hijo adoptivo había creado sin querer, y que había dejado escapar. En estos momentos no sólo debía ocuparse del inframundo, sino también debía cuidar que dicha plaga no afectara al resto de dimensiones y, si lo hacía, que causara el menor destrozo posible, algo que él fuera capaz de solucionar. Nadie en la corte de Demonios había querido ayudarlo con eso, ni siquiera su pareja. Algunos tenían cosas más importantes que hacer y otros simplemente no querían hacerse responsables de lo que había ocasionado un crío mimado, como ellos lo consideraban.

Para sorpresa de Damien él único que había aceptado ayudarlo había sido su hermano mayor, Lucifer. Damien sospechaba que Lucifer estaba tramando algo, sin embargo, estando las cosas como estaban (más aún después que Tweek se fuera a la dimensión de los humanos)  cualquier ayuda le vendría de maravilla, a decir verdad; fue por eso que no se negó cuando su hermano le tendió la mano, y confió en él. No quería pensar en si había sido una buena idea o no. Era un tema complicado, sin lugar a dudas, y por alguna razón presentía que la única solución la tendría Tweek; el problema era que ni él mismo había podido averiguar de qué se trataba. Quizá debería ser más confiado con respecto a las habilidades de su hermano, después de todo Lucifer es el demonio de la sabiduría.

Levantó la mirada soltando un suspiro largo y pesado que dejaba al descubierto su cansancio; Cayetano lo miró con las cejas levantadas como preguntándole por su pesar.

— No sé que voy a hacer. Con Tweek, quiero decir.- indicó con frustración.

— Habrá que esperar.- suspiró Cayetano dejando su laptop de lado para acercarse a él.

— Ojalá pudieras decirme que hacer, o qué es lo que va a pasar.- se lamentó Damien tomando la mano de su pareja. Cayetano entrelazó sus dedos y le besó el dorso de la mano.

— No puedo hacer eso. Quisiera poder ayudarte, detesto verte así, pero sabes las repercusiones que eso tendría.- recordó con pesar.

— Sí, lo sé.- resopló.

Claro que lo sabía, era consciente de las leyes del inframundo, después de todo era el próximo gobernante de su ciudad, sabía que Cayetano tenía extremadamente prohibido revelarle a alguien su futuro, y en caso de hacerlo el consejo podría incluso desterrarlo de por vida.

Alma Brillante ~Creek~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora