christmas venting

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Es decir, es algo lógico. El año no ha sido nada convencional en ningún sentido, así que no habría razón para que las festividades que se encuentran al final de este lo fueran. Creía haberme preparado mentalmente para eso. Para no abrazar, hablar, compartir con nadie con quien no hubiera permanecido la mayor parte de mi tiempo. Pero cuando pensé tener todos los equipamientos necesarios para protegerme de la explosión, no fue suficiente para salvarme de que se me volara la cabeza. Bastante irónico que lo que todos estos años tanto he repudiado hacer, socializar con el mundo, sea lo único que me esté quitando la vida ahora mismo. Me siento tan sola, en la Tierra, en mi cabeza. Ya no hay nada, ni nadie, y cuando lo hay, hay tan pocas ganas que pareciera como si mi existencia girara en torno a enredar y desenredar cables que no se terminan de conectar en ningún lado. Son cosas tan simples. Tan pequeñitas. Esas, aquellas que extraño. Y, por Dios, cómo las extraño. Es como si el fin del mundo estuviera a punto de llegar y yo no hubiera terminado de escribir las cosas en la lista de lo que quiero hacer antes de que todo termine.

Estoy muy cansada. También estoy cansada de que eso sea algo malo, que tenga que tener una razón para estarlo. Estoy cansada de estar cansada y estoy cansada de justificar estar cansada. ¿No puedo ser? ¿Ser? ¿No vinimos aquí para ser? Entonces, ¿qué soy si no soy?

Mirar atrás es otro placer culpable que me permito de vez en cuando. He aprendido que fijarse en el pasado demasiadas veces termina haciendo que el futuro sea un poquito más miserable. Ya miré en tantas ocasiones. Hacía muchas cosas que hoy envidio. Me gustaba leer. Sabía escribir. Tenía inspiración para el arte. Observo los zapatos del día de hoy y se ven insostenibles, como algo que seguramente no estaba destinado a ser pero que resultó siendo. Aun así, soy mejor, o me agrada la idea de pensar que lo soy. No puedo soportar la pequeña posibilidad de ir en círculos, a pesar de que tantas veces me he encontrado caminando de espaldas hacia el lugar en el que me encontraba en un inicio. No entiendo por qué. De pronto romanticé la idea de tener una zona de confort. O tal vez es que me acostumbré a quedarme de pie tanto tiempo que pensé que estaba caminando cuando nunca dejé el lugar. Es triste, supongo.

Mientras escribía esto, me di cuenta de que casi no extraño las cosas. Me gradué, pero no extraño para nada el colegio. Extraño la sensación que venía cuando sabía que no iba a haber clase íbamos a poder hacer lo que sea durante esa hora. No extraño las fiestas. Extraño la sensación que venía cuando sabía que estaba escuchando cosas que no debía escuchar y mucho menos repetir. Ni siquiera extraño el árbol de Navidad en mi otra casa. Sí extraño el sentimiento que venía al levantarme temprano en la mañana y que el sol estuviera brillando en el cielo, la brisa decembrina soplando fuerte por la ventana de mi cuarto y la puerta del pasillo, y el sonido de los villancicos retumbando por toda la casa en la radio apoyada en una esquina del corredor.

Me pregunto si desear esas experiencias me está haciendo morirme en vida y no poder disfrutar el levantarme tarde y amargada por haber desperdiciado el día, o el no ver películas navideñas clásicas con mi familia, o el no comer nada de lo que me gustaría por querer pesar cinco kilos menos.

cualquier mierda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora