Da miedo pensar en las estrellas. El mundo es tan grande y nosotros tan insignificantes. ¿Para qué levantarnos a besar a nuestros familiares, si somos tan sólo conjuntos de partículas que luchan por tocarse y repelerse? Todo comienza, todo termina más rápido. Y queremos que todo sea así. Rápido, efímero. Pero, cielos, después el infierno por el que pasamos porque queremos que todo dure, que todo perdure. La vida, el tocar el cielo, el disfrutar mirar las estrellas. Es como si todo se conjugara para hacernos sentir que debemos hacer algo distinto de lo que estamos haciendo, cuando lo que estamos haciendo es lo que está siendo hecho y lo que hecho debe ser. Pasamos tanto tiempo pensando en pensar, pensando en palabras y las cuestiones sin resolver, que nos quedamos pegados con las nalgas en el inodoro y mirando una pantallita mientras fantaseamos con las nalgas ajenas pegadas en el inodoro.
"Qué depresivo", me dijo textualmente mi hermano cuando leyó las primeras dos líneas. Es la primera vez que le oigo usar esa expresión. ¿Tendría que preocuparme?