¿Le gustó o no le gustó?

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El niño, al que acababa de amarrar, torturar y violar, por una inspiración milagrosa respondió que sí, que le había gustado. Un número no establecido de niños, entre 142 y 194, en promedio de 10 años de edad, de Colombia y Ecuador, contestaron que no a la pregunta macabra y en consecuencia fueron degollados o recibieron una cortada profunda y mortal en el vientre, pero este niño, que contestó que sí, fue liberado y se convirtió en uno de los dos únicos sobrevivientes conocidos de este asesino serial, durante los siete años que ultimó a sus víctimas.

Doce años antes de su primera víctima mortal, este criminal era un activo violador, con casi un ataque mensual y en algunos lapsos hasta uno semanal. Este número desconocido de abusos posiblemente no denunciados por la comunidad y no atendidos por las autoridades le permitieron escalar por la violencia hasta llegar a prendarse de la muerte.

—«Nos vemos la otra semana. Así me gusta, que le haya gustado».

Así, nada más. Toma tu vida porque contestaste correctamente. Toma lo que queda de tu vida...

Lo había quemado con velas, le había cortado la piel de las nalgas con cuchillas de afeitar y había abusado del niño, de la misma forma en que su padre y el compadre de este habían hecho con él, muchas veces, cuando tenía doce años. Sin embargo, este niño mintió y «la Bestia» lo dejó ir.

La Bestia es el alias que le pusieron los periodistas a este personaje, para hacerlo más intimidante, porque sus apodos callejeros eran Tribilín, el Cura, el Loco y el Monje. Se disfrazaba de campesino, mendigo, monje franciscano y vendedor de estampas religiosas o ambientadores para depredar a niños pobres, moviéndose mucho entre ciudades para escapar de cualquier pesquisa.

La victimología sugiere que las víctimas de los asesinos en serie suelen ser vulnerables y fáciles de controlar, además el asesino cuenta su historia a través de su víctima: La Bestia buscaba niños iguales a él en su infancia, en espacios urbanos como terminales de transporte, galerías, plazas, escuelas o en la calle; niños campesinos o desplazados, niños trabajadores, con alta probabilidad de no tener alguno de sus progenitores o ambos y de no ser reportados como desaparecidos. Niños que necesitaban los quinientos o mil pesos que les ofrecía por ayudarlo en una tarea que debía realizarse cerca, en un lugar poco transitado y frondoso. Niños sin historias clínicas y sin cartas dentales, lo que hacía más difícil identificar sus restos. Niños sin padres influyentes, por los que no se iba a generar una cacería justiciera. Niños como él, sin ángel de la guarda que los protegiera del Coco y de otros demonios.

Quienes lo conocían lo describían como «apocado, callado e introvertido», incluso algunos decían que era un hombre dadivoso, que regalaba mercados y dinero a quienes lo necesitaban. Llegó a tener pareja y vida familiar. En la cárcel se supo que admiraba a Hitler y a Campo Elías Delgado. No inspiraba miedo excepto cuando bebía, entonces se transformaba en alguien violento y problemático. Los testimonios de los sobrevivientes y la evidencia indican que se tomaba «media» de brandy o aguardiente (375 mililitros) o bebidas alcohólicas más baratas, «fondo blanco», es decir, de un solo trago, antes de torturar y asesinar a sus víctimas. En su defensa llegó a culpar al licor de sus crímenes y a voces que le ordenaban cometerlos. Los psicólogos coinciden en que fingía emociones que no sentía.

Era el mayor de siete hermanos, de un hogar campesino en un municipio azotado por las masacres durante el Frente Nacional. Allí conoció la vida trashumante de los jornaleros de día y bandoleros de noche. Solo estudió hasta quinto de primaria, pero eso le bastó para poner en jaque a las autoridades, que gracias a él aprendieron y desarrollaron técnicas arqueológicas, de antropología forense y de perfilado criminológico. Aprendió varios oficios, fue panadero, administrador de finca, trabajador de supermercado y vendedor ambulante. Fuera de su horario laboral, se debatía entre la Iglesia, Alcohólicos Anónimos y su parafilia homicida.

En 1999, cuando fue capturado, era delgado, usaba un bigote de herradura y el pelo corto pero descuidado. Su mirada mostraba mucho dolor. Después de veintiún años en la cárcel, ha engordado y tiene el pelo más corto, se peina partiéndose por la mitad el escaso copete que le queda, de una forma algo ridícula. También cambió su mirada, que se ve vacía, inexpresiva. Ahora tiene cara de cordero degollado.

Es de baja estatura. Su rostro es muy asimétrico, todo el lado izquierdo está caído, la ceja, el ojo, la oreja, hasta la punta del bigote, además su cabeza está torcida hacia ese lado. De pelo negro con ondas, tiene grandes entradas. Sus cejas son gruesas y su ceja derecha es puntiaguda, mientras que la izquierda no, dando la sensación de que siempre tiene una ceja levantada. Sus pómulos no sobresalen mucho. Su nariz es nubia, de puente pronunciado. Sus orejas son de soplillo, o de asa, muy separadas de la cabeza. Sus labios y comisuras son caídos y el labio inferior es más grueso. Las comisuras son más profundas y marcadas que los surcos nasogenianos.

Colombia tiembla por el cumplimiento de su condena, que él ha reducido hasta donde la ley se lo permite con estudio, trabajo, buena conducta e información sobre el paradero de los cuerpos de sus víctimas. Es quizás la única persona en el país a la que no se le respeta la reserva de la historia clínica, los medios informan que tiene leucemia crónica, edemas en su cuerpo y cáncer en el ojo izquierdo. Está resguardado en la prisión de máxima seguridad del país, donde no comparte con los demás reclusos, para que nadie le haga daño, porque todos se lo quieren cargar. Seguimos su vida con atención: que se iba a casar y a convertir en pastor pentecostal, que hace manualidades, que no toma el sol. Entrevistarlo funciona para obtener algo de visibilidad, hasta medios internacionales lo han hecho.

Es una celebridad, finalmente le hemos dado lo que él quería.

Un nudo en la gargantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora