[1] Una estrella

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El día en que Yamaguchi Tadashi, una estrella cualquiera, vio por primera vez a Tsukishima Kei, un humano cualquiera, fue el mejor día en los tres siglos de existencia que tenía el chico en ese entonces.

Sus ojos adquirieron un brillo adorable y, por razones que desconoce, empezó a llorar. Las lágrimas no eran de tristeza, pero tampoco eran de alegría; eran las lágrimas de alguien que sabe que acaba de conocer al amor de su vida, pero también sabe que nunca podrá estar a su lado.

Eran lágrimas de dolor.

Un dolor que ninguna otra estrella entendería.

Así que, desde ese día, lo único que hacía Yamaguchi era admirar a su humano. Lo acompañaba desde la distancia a todos los lugares a los que iba.

Si Tsukishima lloraba, él lloraba; si Tsukishima reía, él reía.

Las otras estrellas empezaron a pensar que estaba loco por enamorarse de un humano, pero él no las escuchaba cuando lo criticaban. Ellas no entenderían.

El tiempo pasó y él siguió esperando con ansias a que callera la noche para poder iluminar a su amado desde los cielos.

Pero se dio cuenta de que debía parar cuando Hinata y Kenma, las únicas estrellas con las que se llevaba bien, le hicieron ver que se hacía daño cuando fantaseaba con estar al lado del rubio.

—Es imposible para una estrella ir al mundo de los humanos —recuerda que le dijo Hinata—. Si no lo fuera, yo también me habría ido.

En ese momento recordó que el chico de cabellera naranja también se había fijado en un humano, se llamaba Kageyama y su mirada parecía decir "¡Aléjate de mí!". Ni Kenma ni Yamaguchi habían entendido muy bien qué era lo que le veía a ese tipo, pero ninguno lo cuestionó.

También, y aunque Kozume lo negara rotundamente, éste se pasaba más tiempo del que admitía observando a un chico de mirada felina y cabello despeinado. Nunca les mencionó el nombre del azabache, así que lo llamaban "El chico de risa extraña".

Pero, justo cuando Hinata y Kenma empezaban a pensar que Yamaguchi había dejado su obsesión con el mundo humano, éste conoció a una llamativa estrella fugaz llamada Terushima, quien le ofreció cumplir su deseo.

—¡Acepto! —había exclamado el peliverde cuando el contrario le dijo que podía cumplir su deseo de ir al mundo humano como un muchacho completamente normal.

—Espera un momento, verdecito —dijo el rubio, interrumpiendo el festejo de Yamaguchi.

—¿Qué sucede?

—Sabes que los deseos siempre vienen con efectos secundarios. ¡No puedo hacer magia y convertirte en un humano sin que pagues como es debido!

—¿Pagar? ¿Con qué voy a pagar? —preguntó inocentemente.

—Bueno... Sabes que los humanos no viven mucho tiempo, ¿cierto?

—Lo sé.

—Y también sabes que los deseos no duran eternamente.

—También lo sé.

—Bueno... Creo que los más que podré hacer es convertirte en humano durante cien días.

—¡No importa!

—Pero...

—¿Pero?

Terushima tragó saliva antes de seguir.

—Pero cuando tu tiempo como humano acabe, desaparecerás sin dejar un solo rastro.

—¿Qué?

—Morirás, Yamaguchi.

—Entiendo...

Durante diez minutos, o tal vez fueron diez días, Yamaguchi meditó sobre su situación bajo la atenta mirada de Terushima.

—¿Entonces? —preguntó el rubio, impaciente.

—Acepto —dijo firmemente—. Quiero que cumplas mi deseo sin importar lo que sucederá después.

Entonces la estrella fugaz lo hizo: convirtió a Yamaguchi Tadashi en un humano de carne y hueso.

Entonces la estrella fugaz lo hizo: convirtió a Yamaguchi Tadashi en un humano de carne y hueso

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El chico que era una estrella [TsukiYama]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora