Capitulo 1

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El primer día de una gran pesadilla

Despierto de un sobresalto al sentir una fuerte presión que me comprime el pecho, pareciera como si el corazón se quisiera salir de su caja torácica. Me siento en la cama y analizo mi entorno; estoy en mi habitación, en la tercera planta de la casa, en MI CASA, y todo eso solo fue una horrible pesadilla.

Me paso las manos por la cara en un intento desesperado por querer borrar las imágenes de mi memoria, pero fallo en el intento, ya que la estúpida pesadilla se repite una y otra vez, una y otra maldita vez.

Me veo sentada frente a un lago, a mi lado mis amigas, pero por alguna razón las tres nos vemos las manos ensangrentadas, ¿Por qué tenemos sangre?, ¿de quién es? Las imágenes ven y vienen y en un intento desesperado por borrarlas decido ponerme en pie.

Siento la garganta seca, y las manos sudorosas, por un momento veo sangre pero sé que solo es una mala jugada de mi mente intentando relacionar la pesadilla con la realidad. Busco en la mesita de al lado la jarra de agua que Rosita siempre deja para mí, pero no la encuentro por ningún lado.

Por un momento me quedo en el limbo, pero pronto recuerdo que ayer fue a visitar a sus hijas y que no volverá hasta mañana temprano. Se supone que yo debía llenar mi jarra y no lo hice.

Pienso en volver a recostarme, pero el ritmo de mi corazón desenfrenado no me deja relajarme. Me doy por vencida y decido bajar a la cocina por un vaso con agua.

En el camino veo el reloj de las escaleras que marca las 3:35. GENIAL, de nuevo las pesadillas a las 3:33.

Desde que nos mudamos de Londres tengo las mismas pesadillas, y siempre es en una misma fecha, treinta y tres días de tortura; iniciando el último día de febrero y terminando el primero de abril.

Justo cuando estoy en el umbral de la puerta de la cocina me permito ver el calendario, el cual marca que ya es veintinueve de febrero, el primer día de los treinta y tres. Y para terminarla de joder año bisiesto.

Esto debe ser una broma.

Dejo de lado el drama que hizo que me levantara y decido enfocarme en el objetivo de aventurarme a la cocina. Bajo un vaso del estante para tomar un poco de agua fría, pero pasa algo que no esperaba; cuando abro el refrigerador encuentro un gran pedazo de pastel. Los designios del destino no pudieron resultar mejores esta noche, me decido por sacar el jugo de naranja y así darle un poco de emoción a ese triste postre.

Y qué como sé que esta triste, pues simple; nadie se lo está comiendo y los pasteles se hicieron para comer y disfrutar del paraíso en el paladar.

Jalo una butaca debajo del desayunador, acto que provoca un gran chirrido en toda la casa; solo espero que mamá no haya despertado, o no podre explicarle que las pesadillas volvieron y por ese motivo me encuentro como una loca comiendo postre y jugo a las tres de la madrugada.

Empiezo a comer mientras analizo en que momento fue que llegaron estas horribles pesadillas. No debía tener más de seis o siete años, recuerdo que empezaron desde el momento que llegamos a España, justo cuando me separe de mis amigas.

Aún llevo grabada en mi memoria nuestra dolorosa despedida en aquella casa del árbol que tantas travesuras nuestras guardo. Es cierto, éramos pequeñas, pero eso no quita el hecho de que nos amaramos incondicionalmente, prácticamente deje mi corazón en aquel árbol, y como dijo aquel triste dicho, éramos tan felices y no lo sabíamos.

Para cuando termino mi pastel ya el reloj marca las 4:01, supongo que es hora de volver a la cama. Meto lo que ensucie al lavatrastos para que no llamen bichitos, o más bien para que mamá no se dé cuenta de mis travesuras de la madrugada.

FiorellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora