La conocida alarma me despierta a las seis en punto, gruño y me siento en la cama.
Tomo la botella que está encima de mi mesa de noche y tomo un trago que dura cinco segundos.Si, lo sé, muchos pensarán que estoy loca por tener todo tan organizado, pero así estaré segura que nada se me saldrá de las manos. Todo lo voy a saber con cierta anticipación y podré prepararme para lo que viene.
El impacto del frio piso con mis pies descalzos me hace estremecer pero pronto, mientras voy de camino al baño, me acostumbro.
Mientras me cepillo los dientes veo mi reflejo en el espejo, siempre he sido segura de mi misma. Mi cabello llega a la altura de mis pechos, es dorado, cerca de un rubio pero que no llega a serlo, mi cuerpo es curvilíneo, según la sociedad, es perfecto para ser modelo -excepto por por la altura- mis labios son gruesos pero no demasiado, mi color de piel se pierde con el de mi pelo y la adornan unas pocas pecas. Siempre parece que estuve una semana en la playa, pero no en exceso. Y finalmente mis ojos son entre un celeste y verde, ninguno demasiado claro. También, según Sophie, que me vista bien y no como una abuela en cuarentena sin poder a salir a comprar ropa, suma puntos.Me plancho mi cabello sin que queden rastros de como estaba antes de peinarlo y acomodarlo.
Vuelvo a mi cuarto y agarro la ropa, un pantalón de jean negro, una sudadera blanca, dos jersey's color rosa y un tapado que llega unos centímetros por abajo de mis rodillas del mismo color.Mucha ropa, lo sé, lo sé, pero no quiero coger una neumonía por el frío de noviembre en Londres.
La cocina-sala está vacía como siempre que me levanto. Sophia sigue durmiendo. Mientras se prepara el café mañanero en la máquina leo los apuntes de historia de indumentarias. Joder. Como odio esta materia. El pitido de la cafetera me avisa que mi gran taza ya está cargada, me siento y con la tostada que quedó de ayer y mi café con leche -o, leche con café- miro los horarios de hoy. Vale. Saldré temprano. Volveré a casa y hoy, como todos los miércoles, tomaré mi día de descanso de la semana.
Miro el reloj en mi muñeca, las ocho menos veinte, diez minutos para coger mis cosas y otros diez para llegar a la parada del bus.
Cuando estoy agarrando mi cartera que deje preparada un día antes con un brillo labial que me pongo en el camino, un perfume, unos pañuelos, toallitas por si la regla llega de sorpresa y mi billetera, aparece Sophia en bragas y una musculosa blanca, su cabello rubio está completamente despeinado y sus pies están desnudos.
Porque Sophie no cambió en aquel año que yo cambie. Es mi mejor amiga desde el instituto, o mejor dicho desde el jardín de infantes. Siempre fuimos como culo y calzón, a donde yo iba, ella venía, y donde ella iba, yo iba. Y sigue así hasta el día de hoy.
Sophie, a diferencia de mi metro sesenta, es un metro ochenta -la altura viene de familia-. Es pura belleza, tiene ojos verdes profundos, con sus largas pestañas morochas. Su cara es perfectamente simétrica, y si hablamos de su cuerpo, es completamente curvilíneo. Sophia es preciosa, no solo por fuera, por dentro lo es también. Ha sido la única persona que ha estado conmigo en todo momento, sin fallarme. Sin importar rumores, hechos o deshechos. Ella ha estado ahí siempre, al pie del cañón. Aunque nunca hemos sido muy parecidas, que digamos, aunque ahora menos que antes. A pesar de que hace tres años yo solía ser un tanto más descarada y arriesgada.
Un poco más tú.
Sal, pequeña voz enemiga.
Hemos sido siempre el dúo dinámico del que las madres hablan diciendo que cometieron otra nueva locura.
— ¿Que ha pasado con la victima de hoy?
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Rompiendo esquemas
Romance(Anteriormente llamada (Des)Estructurada) Oliva sabe que se tiene que dormir a las diez para despertarse a las seis y dormir ocho horas exactas. Sabe que tiene una hora para ducharse y alistarse, otra para tomar su café y desayunar mientras repasa l...