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Incluso cuando el restaurante estaba tan atestado de gente como cada mediodía, al punto de que no había podido tomarse su break de diez minutos, no le había quitado los ojos de encima por más de unos minutos.
Juliana la notó apenas había puesto un pie dentro del local, porque era de esas personas que no pasaban desaparecidas. Con sus jeans holgados hasta la pantorrilla, unos tenis tan blancos que parecían de comercial deportivo, al igual que si playera anudada sobre el ombligo y una chaqueta idéntica a sus jeans. Una larguísima cabellera castaña, que al igual que sus piernas parecía interminable y unos ojos que... ni siquiera sabía si podía describirlos. Jamás había visto unos así.
Le recordaban un poco a las fotografías que su madre le mostraba de Oaxaca, el lugar donde había nacido en México. Ella era 100% estadounidense, pero sus padres eran dos orgullosos mexicanos que habían llegado a San Antonio en busca de una vida mejor. Y, a diferencia de la gran mayoría, la habían encontrado.
Su papá había logrado construir con muy poco un rancho que les dio de comer la mayor parte de su vida, mientras su mamá se dedicaba a cocinar y vender en ferias y rodeos. Pero, luego de la muerte del Chino, las cosas se habían complicado un poco. Ninguna de las dos sabía cómo administrar el rancho.
Así que Lupe, reuniendo mucho valor, decidió arriesgarlo todo y vendió la pequeña Hacienda, e invirtió la mayor parte del dinero en ese restaurante y un diminuto apartamento donde ahora vivían ambas. El resto, lo había reservado para la educación de Juliana.
Sin embargo, ella se había enamorado por completo del restaurante. No porque tuviera las mismas dotes culinarias de su mamá o de Panchito, el segundo cocinero al mando. Todo lo contrario, podía decir que ella era prácticamente un desastre en la cocina. Pero era muy buena con los números y tenía visión. Así que, aprovechando sus capacidades, se había inscrito para estudiar administración en la Universidad de Houston, una de las más prestigiosas y que era, más, comunitaria y requería poca inversión.
Su sueño era que, con el dinero que aún guardaban, un poco más que pudieran reunir y todo lo que aprendiera en su carrera, pudieran convertir a El Oaxaqueño en una cadena exitosa en todo Texas. Aunque Lupe tenía sus reservas, pero ya la convencería.
Se dio la vuelta un momento, dándole la espalda al salón, para liberar su oscura cabellera de la coleta que llevaba, solo para volver a sujetarla una vez más en una atadura más firme, mientras aguardaba por su mamá y los tres platos de sus famosos tacos pastor para la mesa cuatro.
El Oaxaqueño era un clásico de La Villita, el pequeño pasaje donde se encontraba el restaurante, y toda una leyenda en San Antonio. Decenas de rostros conocidos pasaban sus mañanas, mediodías y noches en las mesas del restaurante, así como nuevos comensales atraídos por el delicioso e inconfundible aroma de la cocina mexicana.
- Aquí tienes, mija - Lupe llegó con los platos y los dejó sobre la bandeja de Juliana.
Ella le sonrió. Su mamá parecía igual de agotada, pero siempre con esa sonrisa amable que no dejaba lugar a dudas de su felicidad incluso en el agotamiento del momento más demandante del día.
No había sido nada fácil para ella superar la muerte del Chino, especialmente porque no tuvo tiempo de llorarle. Tuvo que cargarse la familia al hombro y luchar por la supervivencia de ambas. Ahora, casi dos años después, Juliana realmente podía ver que estaba mejor. Gran parte de esa mejora era gracias al restaurante. Y la otra, aunque Lupe jamás lo admitiría, ella sabía que era gracias a Panchito.
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Happiest Season - Adaptación Juliantina
FanfictionEn uno de los peores momentos de su vida, Valentina encuentra a Juliana y con ella, una historia de amor que ninguna esperaba pero que era todo lo que necesitaban. Sin embargo, luego de varios años juntas, su felicidad se tambalea cuando deciden via...