Capítulo 4: La incomodidad de saber

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Juliana estaba de pie frente al enorme espejo que descansaba contra la pared sobre el lavabo de su baño, en la habitación de huéspedes de los Carvajal. Incluso con esos colores cálidos, las pequeñas plantas que decoraban el espacio y algunas piezas de arte que intentaban darle un poco de vida, el lugar se sentía frío y vacío.


Nada tenía que ver en realidad con la temperatura o la decoración. No. Simplemente no estaba acostumbrada a tener un lugar así para ella sola y, siendo totalmente honesta, no le agradaba. Había crecido en una casa modesta, rodeada por un enorme terreno, sí, pero con poco espacio en el interior. Y cuando se había mudado con su mamá al pequeño apartamento sobre el restaurante, era incluso más diminuto que el rancho. Tiempo después, su hogar, su vida, su mundo, se vieron completamente invadidos por Valentina y era la cosa más maravillosa que le había ocurrido.


Encontrarse allí, con una enorme cama observándola desde el interior de la recamara mientras acababa de cepillarse los dientes, no era nada tentador. Deseaba estar en San Francisco, oyendo los coches pasar por la avenida principal frente a la que vivían, mientras las luces de las marquesinas y los faroles todavía brillaban, iluminando junto a sus lámparas de noche la habitación. Deseaba mirar hacia la cama y ver a Valentina con sus enormes anteojos color bronce, su ceño fruncido y esa tierna y divertida expresión que hacía cuando se concentraba en alguna lectura antes de dormir.


Anhelaba observar a su novia en silencio en la comodidad de su casa, ese lugar que compartían y que era suyo, no solo porque les pertenecía, sino porque cada rincón, cada fotografía en la pared, cada color había sido imaginado y vuelto realidad por ellas dos.


Si estuvieran allí, Juliana terminaría su rutina de aseo y se deslizaría sigilosamente hasta dar un salto sobre el colchón, sorprendiendo a Val, causándole un pequeño sobresalto. Se reiría ante la fingida expresión de molestia de su novia, quien seguramente dejaría a un lado su libro para tomarla de su pijama y atraerla en un beso suave y delicado, que pronto escalaría hasta convertirse en fuego recorriendo sus venas.


Sin embargo, estaba sola, a unas cuantas puertas de distancia de su novia. Habían regresado de la cena un par de minutos atrás, todos exhaustos, y ella en especial porque se había aburrido como nunca. El tiempo parecía estirarse dentro de aquel salón donde todos hablaban sobre política o dinero, cosas que a ella le importaban muy poco.

Caminó de regreso a la habitación, que fue iluminada de repente por la pantalla de su teléfono encendiéndose, notificando que había recibido un nuevo mensaje. Rodó los ojos, suponiendo que debía ser su madre, chequeando cómo se encontraba. Se tomó su tiempo colocándose la pijama, que consistía en una playera amplia que alguna vez había pertenecido a Valentina y un pantalón muy calientito que su novia le había regalado porque tenía pequeñas tazas de café sonrientes dibujadas por toda la suave tela.


Se acomodó debajo de las sábanas y suave edredón, extrañando el aroma que nunca demoraba en reconocer en la cama que compartía con Valentina, esa mezcla peculiar entre vainilla, canela y algo más que era sólo de ellas. La fragancia de su hogar.


Suspiró descansando la espalda contra el cabecero y, finalmente, tomó el teléfono que todavía descansaba sobre la mesa de noche conectado al cargador. Lo desbloqueó, sorprendiéndose al ver que Valentina era quien le había escrito.

Happiest Season - Adaptación JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora