Capítulo 1 Autoestima y desmayo en la acera

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Era un día soleado, me encontraba con ganas de saltar de alegría. Iba con paso decidido por la calle, con la autoestima alta como si el mundo fuera mío. Estaba tan feliz en mis pensamientos, sólo oía violines en mi cabeza. Hasta que choqué con una multitud.

La multitud rodeaba a una bulto tumbado en la acera, más tarde vi que era un hombre con una taza de café en la mano. Me abrí paso, había que ayudar al pobre señor. 

-¿Alguien puede llamar a una ambulancia?-pregunté. Pero todo el mundo seguía inmóvil, algunos se fueron. Así que no me quedó otra que comprobar su respiración, por lo menos, que sólo se hubiera desmayado. 

Le zarandeé un poco pero nada no respondía. Pero respiraba. No es que sea una experta en estos temas pero me dije a mí misma, que el hombre estaba inconsciente pero no en un estado grave. A continuación, llamé una ambulancia.

-Diga, en qué puedo atenderle-preguntó mecánicamente el contestador.

-Hola, perdone un hombre se ha desmayado en la Plaza Mayor-dije con un poco de angustia.

-De acuerdo, no le dejes solo en 10 minutos llegamos-respondió cordialmente.

Suspiré, pero de alivio. Me enfadé un poco con la gente que estaba mirando.

-Gracias por  haberle ayudado antes, ahora si no tienen nada más que hacer podrían irse que ya le cuido yo-me dirigí enfadada a los demás. Me pareció de una mala educación lo que estaban haciendo.

La gente miró avergonzada hacia otro lado o directamente se fue. Menos mal, ya no aguantaba tantas miradas. Ahora miré al pobre hombre desmayado, ese sí que era digno de mi atención. Me acerqué y le arrastré hacia un banco para que no estuviera en medio de la calle. Me costó llevarlo para allá. Lo dejé en el banco tumbado de lado por si acaso vomitaba o algo.

Comprobé su respiración y se oía serena y tranquila como si se hubiera quedado dormido. A continuación, me quede mirando su bello rostro. No me había fijado antes pero tenía el pelo de un color rojo intenso y las facciones bien delineadas. Pero parecía rodeado de un aura solitaria que contrastaba con el color fuego de su pelo. Algo peculiar era ese señor.

De repente, se oyó una sirena. La de la ambulancia que venía en camino. Me puse a gritar a la ambulancia que era el señor tumbado en el banco, el paciente. Lo metieron en la ambulancia y a mí no me dejaron entrar pero yo les imploré, no le conocía de nada pero no quería dejarlo tirado. Al final, me tocó ir andando al hospital.

Pedacitos de tiWhere stories live. Discover now