La ciudad de Nueva York no parecía muy animada esa mañana de diciembre. La gente no dormía y se notaba en sus pálidas caras. Rara vez se veía una bonita sonrisa o un cordial saludo al pasar entre la multitud. Los pasos eran lentos y pesados, realmente parecía que estuvieran cargando la muerte con sus brazos. Espaldas caídas y unas ojeras que llegaban a la comisura de la boca, imitando las cortinas de una habitación vieja y desgastada.
El cansancio era el culpable de esta ruin fortuna que perseguía a los neoyorquinos día tras día, como un mal hábito sin dejarte ir.
Pero ella era una excepción, siempre lo había sido. Era como aquella estrella en el cielo que sabías que era especial, no necesitabas un motivo en concreto solo lo sabías.
Su melena castaña volaba con el viento, formaban el perfecto tango. Era muy bello ver como sus cabellos se entrelazaban entre sí, no tan bello para ella que posteriormente sus enredos causarán la pérdida de dos cepillos de cabello, pero entendéis el punto. Tenía una carpeta llena de papeles rogando salir y una bebida de chocolate caliente en la otra mano. Sorbo tras sorbo la muchacha avanzaba hacia su nueva vida.
Acababa de terminar la universidad de medicina y se dirigía hacía lo que iba a ser su primera entrevista de verdad. Digo de verdad, porque ya había tenido entrevistas con padres para trabajar de niñera y ganarse un extra sueldo. Este era el primer año en el que se podía considerar completamente independiente, sin nadie que le dijera cómo tenía que seguir su futuro. Ni sus propios padres podrían seguir controlando su vida. Fue la única promesa que se hizo, no volvería a ceder, nunca más. Ella era su propio destino.
De repente un abrupto pecho chocó con la hermosa chica. La figura masculina de la cual pertenecía el busto ni miró a la pobre chica que tenía todo el contenido del vaso vertido en su blusa nueva. Del salto que dio del espanto todos sus papeles volaron y se esparcieron lentamente en el suelo. La joven levantó la mirada para ver que el muchacho ya se había marchado, así que no le quedó más que resoplar y recoger sus papeles.
Al ver el panorama una niña pequeña se dispuso a ayudar y recoger el desastre que había dejado el muchacho. La chica le ofreció una sonrisa tierna y agradecida, en cambio la madre de la pequeña no parecía aprobar el comportamiento amable así que le cogió el brazo y desaparecieron entre la multitud. A su pésame, nadie más ofreció su ayuda y lo tuvo que recoger ella sola. Cuando terminó, se levantó y trató de alegrar la mañana que había sido arruinada por el percance con el maleducado muchacho.
No se había dado cuenta que ya había llegado al hospital y se sorprendió al ver el cartel. El sensor de la puerta detectó a la chica y se abrió automáticamente. No pudo evitar abrir la boca del asombro, la recepción de aquel hospital era como la recepción de un hotel de cinco estrellas. Además ya habían empezado con las decoraciones navideñas y era verdaderamente espectacular.
Había muchas personas alineadas en filas ansiosas a ser atendidas y las recepcionistas siempre con una expresión neutra, no convenía que sonrieran mucho porque esto podría irritar a algunas personas. Yo personalmente lo comprendo, no me gustaría que estuviera muriendo del dolor y la persona que me atendiera estuviera como un niño el día de Navidad. Nunca mejor dicho.
La joven avanzó hasta llegar a un pequeño despacho en el que la chica supuso que había de entrar. Tocó la puerta varias veces antes de que se oyera una voz femenina rugosa y grave.
- ¡Adelante! -gritó la mujer. La muchacha tímidamente empujó la puerta con delicadeza y entró en la pequeña estancia donde se encontraba una mujer. Esta debía rodear los cuarenta años de edad, pero su rostro le hacía aparentar un par de años más. Su cabello era sedoso y negro como el azabache. En la parte de sus ojos se encontraban unas pronunciadas ojeras y unas gafas se apoyaban en el puente de su nariz perfecta. Era una mujer hermosa, pero se notaba que necesitaba un respiro del trabajo en general. De repente, la mujer carraspeó e hizo que la chica volviera a la realidad.
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FEARLESS
RomanceEl reflejo que mostraba su espejo era desconocido. No era ella, de eso estaba segura. Sus mejillas y ojos estaban rojos y no era por el frío. Lo había perdido, lo había perdido por su maldita cobardía. Una vez más Sadie había cedido a la presión y h...