Empezó a escuchar taconazos al fondo del pasillo, cada vez mas fuertes y más cerca de su habitación. Eso lo hizo levantarse ligeramente de su camilla y observar la puerta con atención; sombras se mantenían estáticas fuera de esta y una voz chillona pronunciaba palabras a gran velocidad que no podía entender muy bien.
Finalmente la puerta fue abierta por la enfermera que tenía cara de pocos amigos y una mujer muy bien vestida entró lo más rápido que pudo.
— Subedar, tiene visita. - Rodó los ojos y cerró la puerta tras salir de ahí.
El castaño observó atentamente a la dama que tenía frente a él. Tenía cabello negro y largo, atado en una complejo y extraño peinado elegante con una peineta de oro; un vestido verde de seda, cuello alto y con detalles blancos que descendían por sus costados en un estampado japonés; una chalina felpuda blanca al igual que sus tacones de aguja y una bolsa de mano color rojo carmín. La mujer tenía la cara de un ángel, su piel era blanca y estaba ruborizada naturalmente, tenía grandes ojos y pestañas largas y unos labios pequeños tintados en carmesí, una nariz respingada y tan pequeña que parecía la de una muñeca.
Luego de analizarla un foco se prendió y su memoria liberó un recuerdo. Era la misma mujer que llegó a la tienda la noche anterior.