Quiero hacerlo. Hoy mismo, ven a buscarme.

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- ¿Cuántas horas has dormido este mes? -dijo el chico dándole un beso en la mejilla y quedándose con la mano en su pelo.

- Las puedo contar con los dedos de una mano. -dijo Melissa con los ojos cerrados inclinando la cabeza hacia atrás.

- ¿Fuiste al psicólogo?

- Sí. Lo de siempre. Está más sorprendida que yo de que siga viva con veinticuatro horas de sueño al mes. -hizo una pausa larga. -Le da miedo darme más pastillas. -dijo la joven con asco levantándose del sofá. - Ya sabe que no me sirven de nada, ni me duermen ni me hacen más fuerte pero tampoco me matan. No me tenían viva de todas formas...

- Ya ni me acuerdo de cuánto tiempo llevas con esto.

- Desde los diecinueve años. 

Melissa Brestovac era la primera mujer conocida con un caso de insomnio crónico inaudito, había superado el récord de horas sin dormir por mucho, ya que no dormía más de un día entero al mes, pero seguía viva. Debido a su salud no se permitía hacer grandes actividades así que se había convertido en un ratón de biblioteca. Trabajaba en la biblioteca de su ciudad, llevaba en ese puesto desde que tenía edad de trabajar y desde entonces nadie se atrevió a negárselo debido a su condición. Ella misma consideraba que no habría otra cosa para la cual podría ser útil. Aquella capacidad inhumana de aguantar noches enteras sin dormir y aun así poder tener el cerebro al cien por cien funcionando era impresionante. Sin embargo, el cansancio,  la depresión, irritabilidad y migrañas eran el grupo de amigos que todos desearían, no la abandonaban nunca. Tomaba al menos dos pastillas para cada uno de esos problemas tres veces al día y otros dos protectores estomacales.  

- ¿Qué tal estás hoy? - Julia Besner era su psicóloga barra psiquiatra. Habían acordado tener las citas en casa de Melissa ya que ir a su consulta la hacía sentirse como una loca de verdad. Así solo sería una conversación casual entre dos amigas, aunque claro que no eran amigas. Melissa lo tenía muy presente, sabía que era un relación puramente profesional y por ello nunca intentó ser cercana con ella, simplemente era sincera sobre su estado, porque dentro de su desidia y las pocas ganas de vivir que le quedaban, le apetecía buscar una solución si es que la había.

- Bien. - Melissa estaba en su sofá recogida abrazando sus rodillas sin mirar a la mujer. No era mucho mayor que ella.

- Hmm... Ya. - al oír su tono fingido soltó sus piernas y las cruzó encendiéndose un cigarrillo.

- ¿Desde cuándo fumas?

- Empecé el otro día, Louis me dio a probar.

- Tengo que hablar con él, por cierto.

- No le metas en esto, él no tiene nada que ver.

- Él es tu único amigo, es lo que tengo entendido. Siempre que vengo os veo en el balcón hablando.

- Sí, me quejo de lo que me espera en cuanto subas. - dijo sonriendo burlona.

- Já. Sabes bien que intento ayudarte.  ¿Crees que me gusta doparte como a un ratoncito de laboratorio?

- No sé. Últimamente me cambiaste las pastillas tres veces. - entrecerró los ojos apuntándola con el cigarrillo entre los dedos índice y corazón.

- Eso es...

- Creo que sí lo haces. ¿Crees que soy inmortal?

- No es eso... Lo siento de veras, Melissa. - suspiró. En el centro me mandaron experimentar esos medicamentos contigo. Dada tu tolerancia para...

- ¿Sabes que por esto podría denunciarte? - dijo con una sonrisa maléfica abriendo los ojos como platos.

- Lo entiendo perfectamente si quieres que dejemos de vernos. - la mujer ya no la miraba a la cara. Se apresuraba a cerrar su carpeta.

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