Se despertó horas más tarde dentro de de lo que parecía una barraca sin ventanas. Ya no hacía frío al menos, un fuego calentaba e iluminaba la pequeña estancia desde una chimenea muy rudimentaria hecha de barro y arena. Estaba sobre una cama dura, parecía ser un montón de paja cubierta por tela de yute. Ella estaba tapada con una manta hecha de cáñamo. Estaba sucia y olía mal. Necesitaba un baño cuanto antes. El hombre entró en la choza por una pequeña puerta que no dejaba de ser una piedra plana la cual levantaba y ponía en medio de la entrada. Una piedra que a Melissa le sería imposible levantar. Llevaba colgando del brazo un par de peces tan grandes como sus brazos. Estaba vestido con unas pieles, era todo muy primitivo. Melissa llegaba a pensar que había viajado en el tiempo, pero si así era, aquel individuo no parecía estar en fase de evolución, es más, parecía estar más evolucionado y perfeccionado que cualquiera de los humanos de su época. Aquel hombre era incluso hermoso dentro de su descuidado entorno y barba desordenada, su pelo, castaño caoba hacían destacar sus ojos áureos.
Se sentó ante el fuego y posó la pesca sobre la chimenea envuelta en unas hojas. Se dio la vuelta hacia Melissa. Se acercó a ella y se puso de cuclillas al lado de la cama. Tomó en su mano unos mechones de su pelo y los esnifó y suspiró. Melissa estaba despierta y aterrada, paralizada por el miedo. El individuo desgarró la manta del lecho y Melissa no pudo evitar soltar un grito. El hombre volvió a fulminarla con la mirada y le tapó la boca. La joven apenas podía respirar, lloraba en silencio. Mientras él la observaba de pies a cabeza Melissa rezaba por que no le hiciera daño. Estaba totalmente a su merced. En medio de la nada, sin posibilidad de escapar, encerrada con un hombre de ciento veinte kilos de puro músculo.
La joven dejó de hacer ruido y liberó su rostro, su mano era tan grande como su cara. La analizaba con sus ojos y manos. Reparó en la herida que se hizo en el costado al intentar subir al árbol. Estaba sangrando un poco. Él pasó la mano por la herida mojando sus dedos en su sangre y se lo llevó a la boca. Abrió los ojos sorprendido, como si sus sospechas fueran acertadas. Melissa le agarró por el brazo para que dejara de hurgar en la herida y meneó la cabeza señalándole que parara. El individuo apartó su mano temblorosa y le agarró los pechos con ambas manos. Se los apretó tan fuerte que empezó a llorar. Era una tortura. Sentía como clavaba sus dedos en su carne. Sus gritos de auxilio y dolor le eran inútiles pues hacían que apretara más fuerte. Solo la soltó cuando dejó de chillar pero porque sentía que se iba a desmayar de nuevo. Esta vez los palpaba con suavidad, los frotaba en círculos, los rodeaba con sus palmas, los juntaba, pasaba los dedos por sus pezones. Con una mano formaba un círculo sobre su aréolas y con un dedo dentro toqueteaba y frotaba la punta de su pezón. Parecía un niño jugando, solo que su expresión no dejaba de ser analizadora y curiosa. Le encantaba el tacto suave y respingón que conseguía cuanto más lo frotaba. Posó sus manos sobre su cuello, lo rodeó con sus manos por completo, tenía un cuello fino y largo, le sobraba espacio en las manos al agarrarlo. Pasaba sus manos por su pechos, sus clavículas, hombros, brazos, costillas, vientre. La joven tenía las piernas muy cerradas, se esforzaba por tenerlas bien cerradas, no quería que llegara a explorar más. No entendía aquel juego de enfermos. ¿Qué era lo que pretendía jugando con la comida así?
- Hazlo. Házmelo ya. - gimió. Abrió las piernas preparada para lo peor. Tenía miedo, tenía mucho miedo de que la rompiera. Era demasiado bruto en sus movimientos.
El hombre la miró como si no entendiera lo que quería decir. No estaba siquiera segura de si él entendía su idioma. El hombre se colocó entre sus piernas, las abrió de par en par cogiendo por sus muslos. Le gustaba que esa carne fuera tan blanda y suave. La agarró con más fuerza hasta que Melissa siseó. Al menos podía entender los sonidos del dolor. Con las manos en sus rodillas acercó su rostro a su muslo y lo olisqueó muy pegado. Hizo algo muy impensable para sí mismo. Lo lamió. Miraba a Melissa, ella estaba con los ojos llenos de miedo. Le parecía adorable ver la misma mirada que veía en sus presas antes de matarlas en sus ojos verdes. Volvió a lamerlo. Insistía con la lengua como si estuviera en busca de algún sabor pero simplemente no tenía un sabor distinto al que se esperaba. Le llamó la atención su vello púbico ocultando su entrepierna. Empezó a fijarse en ello. Primero lo olfateó. Le gustó el olor, no pudo compararlo a nada más. Con sus manos de lado a lado, comenzó a separar el vello y sus labios a la vez con los pulgares. Melissa empezaba a sudar y a sentir escalofríos. Su cuerpo se estaba preparando, pero ella no. Sus dedos fríos sobre su clítoris la hicieron sisear. Apretó un pulgar contra su clítoris, ella arqueó la espalda gimiendo interrumpida por sí misma, a él por otro lado, le gustaba notarlo caliente palpitar bajo su dedo.
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La primera
FantasíaMelissa Brestovac, conocida por su insomnio crónico de récord mundial acude a su psicóloga para encontrarle una solución a su enfermedad. La solución es de todo menos segura pero es la única opción que se le ha presentado en años. Se despertará en u...