𝟎𝟒 | 𝐄𝐫𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐲 𝐚𝐦𝐚𝐫𝐠𝐨 |

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     Con ojos cansados, Changbin se estiró bajo el montón de sábanas sobre su cuerpo, se irguió un poco para sentarse pero unos brazos lo rodearon por el torso y lo volvieron a acostar sobre la cama.

     El pelinegro abrió los ojos de golpe y corrió los brazos de quién sea que fuese y se levantó de dónde se encontraba.

     Al principio se sintió confundido y se preguntó quién era ese omega con aroma tan dulce que se frotaba el sueño de los ojos con un mohín adorable. Luego recordó lo que había pasado la noche anterior y se sintió abrumado.

     —¿No estaba durmiendo en el suelo? —preguntó el mayor aunque fue más para sí mismo—.

     Felix se acomodó en la cama para sentarse con la espalda contra la pared y le dedicó una pequeña sonrisa.

     —En la madrugada no podía dormir, así que te pedí que vinieras a la cama conmigo —contestó y el rubor en sus mejillas hizo que su rostro se sintiera caliente—.

     Sin decir nada, el mayor se frotó el rostro y salió del cuarto para ir a la cocina y encender la luz antes de prepararse el desayuno. No había terminado de hacer su café, cuando se dio cuenta de que el australiano lo estaba mirando desde el umbral con ojos hambrientos.

      Al verlo lo primero que pensó fue en mandarlo a la mierda y que no le prepararía el desayuno, tenía suficiente con que el chico se quedara en su casa y tenga que usar su ropa, pero al abrir la boca, las palabras que surgieron fueron totalmente diferentes.

     —¿Qué quieres comer?

     El omega intentó reprimir una sonrisa.

     —¿Te molestaría que hiciera el desayuno yo mismo?

     El bajito estaba un poco sorprendido. Tiempo atrás había estado en una relación con una omega, y el chico era tan inutil y dependiente de él que lo sacaba de quicio. Luego de eso, pensó que todos los omegas eran iguales, después de todo, su instinto era depender de un alfa.

     —¿Podría? —repitió una vez más, esto hizo que el pelinegro reaccionara, moviendo la cabeza para despejarse—.

     —Sí, claro. Sólo no rompas nada.

     Minutos después, cuando Changbin ya tenía su café y un paquete con algunas galletas, se sentó en la mesa para disfrutar de su típico desayuno.

     Vió al pecoso cocinar algo que superaba sus habilidades culinarias, pero notó que usaba huevos y algo de queso, y además calentó leche, rebuscó un poco en la alacena antes de preguntar:

     —¿No tienes chocolatada?

     El azabache rió un poco como respuesta.

     —Niño, gasto mí presupuesto en café, es lo único que me mantiene con vida, además de las bebidas energéticas y es cigarro. No gasto en chocolatada porque no me sirve.

     Vió al menor mirándolo con una mueca.

     —Creo que eres muy amargo, te hace falta chocolatada.

     El mayor no contestó y sólo rodó los ojos. A los pocos minutos, el rubio había terminado de hacer su desayuno y se había acomodado en la mesa para comerlo, pero en cuanto se sentó, el coreano se levantó sin decir nada y volvió al cuarto.

     La seriedad del chico rubio hizo que Felix se preguntara si al otro le molestaba su presencia ahí, y entendía perfectamente que era irritante que una persona ajena se instalara en tu casa para usar todo lo que el propio dueño usa.

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⏰ Última actualización: Feb 05, 2021 ⏰

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