12. Essayer

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Una semana pasó. Una semana donde Harry ignoró completamente a Draco, incluso cuando este se tomó más tiempo de lo usual en el castillo con los otros alumnos, obligando a Theo y Blaise a estar con él en el comedor y otros sitios, pero aun así, ¡Nada funcionaba! El cuatro ojos ni siquiera volteaba a verlo, ni aunque le pidiese a los elfos que dibujaran su rostro en la sopa. Lo único positivo que estaba sacando de todo era que la circunstancias le permitían compartir con todo Slytherin en un lugar que no fuese la sala común, no se sentía diferente estando rodeado por las serpientes, por lo que era algo bastante bueno, distinto era con las otras casas, pero su experiencia con estas se limitaba a coqueteos de parte de uno que otro alumno; era divertido aquello, porque no podían importarle menos.

Sentado en el comedor durante el desayuno, observó atentamente con rabia proyectada en los ojos (y sin disimulo alguno) la mesa de colores rojos, cruzándose finalmente de brazos, sintiéndose frustrado por el fracaso de todos sus planes.

— Yo creo que esto no está funcionando —murmuró Theo y Blaise rápidamente tradujo las palabras estando completamente de acuerdo.

«Cállense, usen la pluma» señaló Draco con el fastidio plasmado en el rostro. A pesar de que Potter estaba ignorándolo, no quería correr el riesgo de que este entendiera lo que él y sus amigos hablaban.

«¿Y si vas y hablas con él?» escribió Zabini en la libreta que se encontraba en el centro de la mesa. Draco frunció el ceño antes de escribir «no voy a hacer esa estupidez» provocando la indignación en sus dos amigos.

A mitad de esa jodida semana, Draco comenzó a creer en que realmente Harry había decidido olvidarle, ¿Así de sencillo era omitir su existencia? Pues no, y por eso estaba donde estaba en ese preciso momento, y por eso había pasado más tiempo en el lado habitual del castillo, en el comedor, a las afueras, junto al lago negro, incluso en Hogsmeade (y eso le había costado una discusión con su madre), todo para demostrar que no era sencillo deshacerse de él tan fácilmente, aunque era doloroso.

Su orgullo estaba herido... Como nunca solía suceder.

Por eso no tuvo miedo de derrumbarse con Pansy a solas en el dormitorio que compartía con Blaise durante la tarde, cansado de vagar por ahí sin motivo alguno. Lloró en las piernas de la chica a sabiendas que esta no podría decirle algo que él pudiese entender, lloró por sentirse desechable, raro, completamente inusual, algo así como su familia de lado materno lo había hecho sentir desde pequeño; defectuoso. ¿Qué tenía ese maldito Gryffindor de importante como para hacerlo sentir así también? No podía entenderlo.

Parkinson acarició el cabello de Draco con lentitud mientras este se desahogaba. Estiró su brazo para alcanzar su varita en la mesa de noche y murmuró un Accio para conseguir libreta y pluma: «creo que sabes lo que debes hacer si tanto lo quieres en tu vida» escribió para el rubio quien sólo bufó ante la idea, ¿Realmente quería otra vez a Harry en su vida o sólo quería dejar de sentirse desechable? Suspiró sin respuestas antes de acomodarse en la cama para ocultarse en ella el resto del día.

No fue hasta el día siguiente en el que concluyó que definitivamente debía actuar para conseguir lo que fuese que desease su corazón. Las clases no le permitieron escabullirse por los pasillos para encontrar al trío de leones que necesitaba, por ende, tuvo que esperar de mala gana hasta el fin del horario escolar, aunque esto aumentase la dificultad de poder encontrar a los Gryffindor.

Partió a solas caída la tarde, sin darle excusas a sus amigos. Caminó por los pasillos, revisó algunas aulas, el comedor y la biblioteca, encontrando su objetivo en una de las mesas disponibles en el centro del área de estudio. Avanzó con lentitud esperando no ser visto, abrazó el libro que traía consigo para sentirse seguro y no arrepentirse a último minuto, observó al trío una vez más y se acercó para llamar la atención de estos.

Seis ojos se posaron en él repentinamente, tres rostros que podían reflejar la total confusión y la incomodidad. En otro momento, aquello había sido suficiente para que Malfoy se retirase molesto, pero no era momento para hacer estupideces. Aprovechó la silla vacía junto a Harry y tomó asiento dejando el libro en la mesa, aparentando tranquilidad.

«Hola, me llamo Draco» señaló con lentitud para que Granger y Weasley pudiesen entender, aunque no esperaba que fuese así, podía leer en ellos la falta de entendimiento. No pudo evitar sentirse ridículo puesto que Potter no parecía muy cómodo a su lado y menos aún, dispuesto a echarle una mano para que el par frente a ellos pudiese entenderle.

El pelirrojo reaccionó tardíamente movilizando sus manos con nerviosismo: «Hola, yo me llamo Ron» respondió con señas sorprendiendo al rubio hasta la médula, ¿Un Weasley podía hablar lengua de señas? ¿No eran tontos como él había creído? Draco sonrió después de que el chico terminara de deletrear su nombre con las manos y decidió hacer lo impensado; otorgarle a Ronald un signo para ser identificado dentro de la comunidad no oyente.

Cada persona sorda poseía uno, al igual que los oyentes que decidían acercarse, así evitaban deletrear nombres todo el tiempo, bastaba con la inicial y algo que identificara a la persona en base a su rostro. Draco había decidido con Harry que los lentes eran el mejor identificativo para él, en el caso de Weasley podía ser su cabello, ¡Pero en esa familia todos eran pelirrojos! Así que optó por las pecas; tres toques en la mejilla bastarían.

— Ron, esa ahora es tu seña... —murmuró Harry al ver que Draco intentaba explicarse sin éxito —. Cuando te presentes o utilices tu nombre deberás tocar tres veces tu mejilla.

— ¿Por qué mi mejilla? —preguntó Ron confundido realizando los tres toques en su rostro.

— Creo que es por tus pecas —respondió el pelinegro con una sonrisa.

— ¿Puedo cambiarlo? —Ronald realizó un mohín esperando tener suerte. Granger negó en respuesta.

— Sólo las personas sordas pueden otorgar signos personales, y una vez que te los dan, así queda —comentó Hermione antes de llamar la atención de Draco y presentarse a sí misma con sus manos.

Malfoy observó a la muchacha con menos sorpresa que al pelirrojo, por supuesto que era consciente (bastante) de la inteligencia que esta poseía, no era de extrañarse que alguien como Hermione supiese lengua de señas incluso más que los otros dos. Se detuvo a pensar cuál podía ser el mejor identificativo para la chica, decidiéndose por un rizo debido a la prominente melena. Sonrió cuando Granger replicó su, ahora, signo personal.

— ¿Cuál es el tuyo, Harry? —preguntó Ron animado luego de ver a Hermione con su seña.

Draco observó a Potter con curiosidad hasta que este realizó aquel signo que hace bastantes días él mismo le había otorgado. Con sólo visualizar ese pequeño detalle sintió como su cuerpo volvía a sentirse liviano y su corazón recordaba que latir con fuerza en presencia de Harry era el mejor deporte que podía practicar. Apartó la mirada antes de ser descubierto y buscó la forma de continuar: «es un gusto conocerlos, Harry me habló mucho de ustedes» señaló fingiendo sentirse completamente cómodo. Si así se había sentido Potter con sus amigos que eran el doble de raros la primera vez, entonces definitivamente tendría que disculparse... En otro momento, claro.

«El gusto es nuestro, Harry también habló de ti con nosotros» respondió Granger en señas, Draco miró al recién nombrado quien desvió su mirada fingiendo no tener idea del tema en cuestión. Sonrió bastante contento con la revelación.

Cumplió con sus deberes el resto de la tarde compartiendo una que otra plática con los tres amigos, más que satisfecho consigo mismo. Ahora si lo pensaba mejor, ninguno de los leones era demasiado molesto, tal vez un poco la comadreja, pero eso se debía a su naturaleza Weasley, no podía culparlo. Harry por su parte, escribió a escondidas un «gracias» en la esquina de su fiel libreta, escrito que descubrió ya de regreso en su sala común mientras repasaba sus apuntes, letra que identificó al instante.

Suspiró con fuerza, consciente del latir acelerado de su corazón. Ya estaba claro, ahora sólo debía de aceptarlo. 

Cuando canta un pájaro | Harco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora