Hace un par de años, el feminismo sonó por primera vez en mi cabeza como otra expresión violenta y extremista de fomentar el odio en este mundo violento, frío y competitivo. Yo estaba cansada del odio, cansada y enferma. Para mi suerte, por aquel entonces, comencé a encontrarme con mujeres y sus historias, mujeres fuertes y sabias que sin saberlo, fueron nutriéndome, sanándome, gracias a ese don tan natural propio de nosotras. Para mi suerte también, el caos fue en aumento, golpeándome no solo a mi, si no también, a mi hermana, mis amigas, mi mamá , mi abuela. No era yo la única cansada y enferma. Conversando, escuchando, secando lágrimas (mías y de ellas), fui reconociendo aquellas sensaciones que tenían posiblemente, un origen en común: La forma en cómo aprendimos mal, cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo, con el mundo, con otras mujeres. Cómo entendemos lo que nos pasa, lo que nos dicen, lo que hacemos. Por mi y por todas mis compañeras son reflexiones nos invitan a conversar, a cuestionar, a escuchar sin juzgar, a querernos, a educarnos. Estas son posiblemente las principales herramientas del cambio, de ese cambio que muy en el fondo de nosotras, sentimos necesario. Hoy soy expectante de un país movilizado con banderas feministas, hoy marcho junto a mis compañeras, hoy acompaño, abrazo, ayudo y comparto lo que he aprendido, porque lo necesitamos todxs.
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