Las estrellas del rock destrozan corazones; los rockeros son como lobos hambrientos, buscando víctimas para absorber todo el amor. Me convertí en una víctima de ese amor salvaje, entre drogas, sexo y rock 'n' roll. Gané el mundo y lo perdí en un solo verano.
En el verano de 1999, a los 22 años, yo brillaba con cabello rojo y un piercing en los pezones. Los sujetadores nunca formaron parte de mi estilo. Yo era una chica en busca de atención, soñando con escapar de la vida de camarera. Lamentablemente, mi apariencia y origen limitaban mis opciones. Intenté juntarme con los ricos, pero desistí cuando me di cuenta de que no aceptaría ser domada.
Yo era Sol, tomando mi nombre en serio como una estrella. A los 22 años, mi vida se resumía a una cama, un estudio, amigos para beber y fiestas para olvidar. Sin expectativas, sin esperanzas, sin responsabilidades.
Las fiestas comenzaban al mediodía y parecían no tener fin. Bebidas, drogas, sexo, todo estaba al alcance. En esa marea de caos, solo existíamos. Incluso con el Sol tan cerca, seguía siendo una criatura nocturna, bailando bajo las luces deslumbrantes, perdida en acordes distorsionados y miradas hambrientas.
Y entonces, en una cálida noche de agosto, él apareció. El hombre que me daría el mundo y luego lo tomaría de nuevo. Sus ojos eran como piedras preciosas, brillando en la oscuridad. Me llevó al escenario, y me convertí en parte del espectáculo. El público rugía, y me entregué a la música, al sudor, a la adrenalina. Me tocó bajo los reflectores, y el mundo desapareció. Por un momento, fui más que una chica perdida; era una estrella.
Pero las estrellas también se queman. Y cuando el verano terminó, yo estaba quemada, exhausta, con el corazón hecho pedazos. Él se fue, como todas las estrellas fugaces. ¿Y yo? Volví a mi vida, a los amigos borrachos y a las fiestas interminables. Solo existiendo, esperando el próximo show, esperando por él.All Rights Reserved