Rhaenyra sabía que debía tomar lo que le pertenecía por derecho. El trono, el poder, todo estaba destinado a ella. Sin embargo, lo único que se interponía en su camino era Aegon, ese niño que el consejo tanto veneraba. No importaba cuantas veces lo dijeran o cuantas miradas desaprobatorias le lanzaran, ella no cedería. Aegon no estaba preparado para gobernar; no era más que una herramienta que otros querían utilizar para arrebatarle lo que era suyo. Rhaenyra lo sabía. El consejo lo sabía. Y sin embargo, insistían en que él debía ser el rey, en que su linaje era la única opción para asegurar el futuro de reino