Pero debía acatarlo por el bien del japonés, porque ahí fuera había uno mejor que lo iba a arropar cada noche, que quizá no fuese tan arisco y que lo llevara a esos lugares a los que tanto quería ir, que no se iba a enojar por cosas tan mínimas como el orden del librero o el fin de su desorden, alguien más iba a preocuparse de que no se enfermara y lo haría reír... y lo consolaría en los momentos difíciles, quizá alguien que era más simpático que él, mas buen mozo y más educado, más humano y menos maquina... mas todo... todo menos él. Porque de eso huyó Kiku, de él y su incapacidad para ser empático y de buen humor, el con sus eternos ataques de mal humor y su capacidad nula de hacer algún amigo, el y esas borracheras interminables que terminaron por hacerlo partir. Claro que se merecía algo mejor y no esa bestia que era el, ese animal salvaje que ahora mismo se dirigía al mismo estudio donde antes había desatado su ira, ira que por imbécil lo habían dejado solo.