El clima era cálido pero no sofocante, las flores perfectamente frescas y los invitados encantados con lo rustico del lugar, el sacerdote envainado en una sotana blanca con incrustaciones doradas, su voz cálida y pacifica justo como la que se esperaría de un padre experimentado, la novia en un precioso y elaborado vestido de seda y el novio exudaba entusiasmo. Solo faltaban los pajarillos cantando. Era la boda del siglo. Excepto porque David tenía mucho que decir al respecto.