El dolor que no descansa

Cada instante deseo desaparecer.
No para huir del mundo, sino para escapar de este dolor que no me deja respirar.
Es como un fuego silencioso que me arde por dentro, que no hace ruido pero lo consume todo.
Y no entiendo por qué.
No entiendo por qué lo sigo pensando, por qué me duele tanto su ausencia, por qué lo sigo sintiendo como si aún estuviera aquí.

¿Por qué me afecta así?
¿Por qué me duele tanto algo que no debería doler tanto?
Es solo un adiós, me repito.
Pero mi corazón no entiende de tiempo ni de distancias.
Solo sabe que ya no está... y que el espacio que dejó detrás es demasiado grande para llenarlo con otra cosa que no sea tristeza.

Quisiera gritar.
Gritar hasta que el aire se me acabe, hasta que todo lo que llevo dentro salga de una vez.
Quisiera arrancarme el corazón, dejarlo tirado, callado, lejos de mí, para no sentir más esto que no sé cómo explicar.
A veces pienso que sería más fácil si pudiera apagarme...
Cerrar los ojos y simplemente... desaparecer.

No quiero preocupar a nadie, pero me siento roto.
Vacío.
Como si cada día tuviera que disfrazarme de persona fuerte, cuando por dentro me estoy desmoronando....
Nadie nota que, por dentro, algo en mí se apagó cuando se fue.

Me cuesta sonreír.
Me cuesta hablar.
Y me cuesta aún más fingir que estoy bien cuando lo único que quiero es llorar hasta quedarme dormido.
Hay noches en las que solo me abrazo a la almohada y deseo que el sueño me lleve antes de que el llanto me encuentre.

Extraño su voz.
Sus mensajes.
Su forma de mirarme como si yo fuera algo más que esta persona rota que soy.
Me sentía un poco más completo, ahora sin ... me siento roto.

No sé por cuánto tiempo más podré seguir cargando esto solo.
Pero por hoy... solo quiero que alguien me abrace sin decir nada, y me permita llorar como un niño perdido.

Porque eso es lo que soy ahora mismo...
un niño que perdió algo que no sabía cuánto amaba... hasta que lo tuvo que dejar ir.