
LuceGalassia
I. El Pacto: Un hombre aceptó la inmortalidad con una única condición: un caracol lo perseguiría eternamente. Si el caracol lo tocaba, perdería su inmortalidad y moriría al instante. Al principio, la amenaza parecía absurda. Un caracol es lento. Bastaba con viajar lejos, cruzar océanos, cambiar de continente. Pero el caracol nunca se detenía. Siempre avanzaba, siempre lo encontraba. Los siglos pasaron. El hombre vio imperios surgir y caer, estrellas extinguirse, mundos transformarse. Y aún así, él seguía corriendo. II. El Fin del Mundo Los milenios se convirtieron en eones. El Sol, envejecido, creció hasta consumir la Tierra. No quedaba nada. Ni océanos, ni ciudades, ni refugios donde escapar. Pero el inmortal no murió. Cuando el planeta colapsó, fue expulsado al vacío del espacio, condenado a vagar entre las estrellas. Por primera vez, pensó que había ganado. Sin suelo que recorrer, sin camino que seguir, el caracol ya no podría perseguirlo. Por fin, estaba solo. III. El Regreso del Caracol Eones después, flotando en la nada, sintió algo. Un presentimiento, una certeza. Giró lentamente y ahí estaba. El caracol. En el vacío, sin superficie donde deslizarse, sin planeta que sostuviera su marcha… y aún así, avanzando. El hombre no podía huir. No había dirección, no había escapatoria. Por primera vez en su existencia, no tenía opción. El caracol se acercó. Lentamente. Como siempre lo había hecho. El inmortal cerró los ojos. Ya no tenía miedo. Ya no quería correr. Solo quería descansar.

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IV. La Revelación Sintió el contacto frío y húmedo en su piel. Y entonces, entendió. No fue él quien perdió la inmortalidad. El caracol, que había deseado descansar desde el principio, se apagó en silencio. Flotó sin vida en la inmensidad cósmica. El inmortal quedó solo. Más solo que nunca. V. El Ciclo Infinito El hombre quedó atrapado en el vacío, sin propósito, con la eternidad a sus pies. Pero algo dentro de él comenzó a cambiar. Su cuerpo se encogió, se volvió lento, pequeño. Su ser se ajustó al espacio que lo rodeaba, y el deseo de perseguir, de seguir a alguien como él, despertó con fuerza. Se convirtió en el caracol. Años, siglos, milenios pasaron. Viajó por los rincones más lejanos del universo, atravesó agujeros negros, planetas desmoronados, galaxias olvidadas. Y, sin saber cómo, encontró un nuevo mundo. Un mundo verde, vibrante, lleno de vida. Y en ese mundo, escuchó palabras conocidas. "Si el caracol te toca, perderás la inmortalidad." Se quedó parado, asombrado. Eran las mismas palabras que había escuchado en su humanidad, cuando aceptó el pacto que lo condenó. Ahora, como caracol, él era el que debía perseguir a alguien más. La paradoja se cumplió. El ciclo se repetía. El inmortal había pasado de huir a perseguir, pero ahora, él era el caracol, el eterno castigador, condenando a otro ser que buscaba la inmortalidad. En su interior, sintió el peso de la condena. Había corrido toda su vida, escapando de un destino que parecía inevitable. Ahora, al fin, entendía lo que era ser el perseguidor. El ciclo nunca terminaría. La eternidad lo había atrapado.
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