Siento que algo presiona mi pecho con una fuerza descomunal. ¿Es, acaso, todas las cosas que nunca dije? ¿Todo lo que me guardé para no molestar, para no incomodar? ¿Todos los sentimientos que quería expresar y nunca supiste aceptar? ¿Será el peso de los recuerdos? ¿O, tal vez, una mezcla de todo esto?
Volví a leer tus mensajes y se sintieron como una daga directa al corazón. ¿Cómo llegamos a todo aquello? ¿A las peleas, a los gritos, a la incomprensión? No es que te extrañé. No, estoy mejor sin tí. Es ese sentimiento de auto consumo, de saber que me abordó demasiado de los recuerdos y qué tú ni siquiera me miraste de reojo antes de marcharte. Es ese sentimiento de cargar con algo muerto. Ese sentimiento de nadar contra corriente con el peso de tus palabras sobre mis hombros. El sentimiento de que nunca volveré. Nunca volveré a la persona que era antes de tí.
Y ya pasó demasiado tiempo desde todo esa caída, pero las cicatrices siguen frescas. Sangrando.