Lo sentí, sabía que alguien estaba cerca, pero no tanto.
No había tacto de por medio, no hacía falta.
Y llegó, demostrando que para él era un simple juego de niños, mientras que poco a poco me desmoronaba.
Pero entonces, cuando estaba a nada de ceder por completo al impacto, volvió. Mas invemsible que nunca, con aquella belleza característica, no había sonrisas, siquiera diversión en su mirada.
Y creí, creí que volvió para salvarme, cuando la realidad era otra.
Estábamos a nada de rosarnos nuevamente cuando sus palabras lo delataron.
No volvió a salvarme de aquella caída, sino a asegurarse de que nada la evite.
Y, con un simple emoji lo logró, me empujó.