Onironautan de nacimiento, poeta por castigo, pirata por decisión.
Siempre me ando preguntando el por qué de las cosas pequeñas y acabo creando laberintos donde mis propias dudas y respuestas me llevan a cuestionarme que soy en esta vida y en este extracto del tiempo.

Viví días en la ciudad de Morrigan, por aquel entonces me llamaban Igrexas, el barquero de las manos ocupadas, siempre vacilante para no caer en el laberinto de mis propios pensamientos. Tuve un amigo, al tiempo alumno y maestro del universo, la vida y sus acertijos y regalos.
Malgasté en Madrid de mis años floreciente primavera, y ahora igual de amante loco pero menos manso como el bruto de crianza que un día fui, pueblo las costas de la costura de la piel de toro... Lejos de mi Sevilla de crianza, y  de mi norteño hogar, aunque en mi late siempre el camino.
 
De mi familia nada os contaré; basta saber que a nuestras peculiares maneras nos queremos y que como tantos otros tengo mis cicatrices y recuerdos felices.

Si algo he de agradecer que sea a ellas:  A las que me enseñaron por las buenas como se besa en una escalera y que al séptimo intento ya no te quieren.  A quienes fueron musas de poemas y otros despechos. A las que vivieron mis errores que en modesta opinión fueron demasiados. A quien me enseñaron las dos caras del placer y los dos peligros del deseo. A quienes hicieron del infierno de Madrid un refugio. A mis amores añejos mejorados como el vino. A quienes me acogieron como goblin, amante o amigo. A quienes no me dieron la espalda cuando de uno tanto se habla. A quienes me amaron y no supe corresponder, a quienes amé y no me amaron. A mis errores tantos en juntar dineros, salud, familia y amor.  

Pero sobre todo me agradezco a mí, al dramaturgo de esta trama, al estupido ingenio creador, a ese chiste del melodrama, sombra escondida tras el telón. Para mí,  y para que ojalá el público diga 
"Que salude el autor".