Su entrecejo se mantuvo fruncido y su rostro se notaba tenso, ni siquiera se animó a agacharse para poder escucharlo mejor, incluso si la idea pasó fugazmente por su mente. Por supuesto que volver a ver al rubio (aunque fuese en alguna de sus otras formas) lo iba a afectar, solo que nunca imaginó que sería a ese nivel; sentía la garganta seca y un remolino de emociones encontradas. Habían tantas preguntas que quería hacerle, que guardó por dos años en silencio, y al mismo tiempo, cosas que no estaba seguro de querer conocer.
—Sí, por supuesto que puedo creerlo. No es difícil de imaginar cuando eres justamente el novio abandonado —soltó con una sonrisa amarga. No esperaba que su voz sonase tan cargada de reproche como lo hizo, pero tampoco podría decir que se arrepintiera de ello. Giró su rostro hacia otro lado, agachando la cabeza y provocando con ello que parte de su cabello le cubriese los ojos afortunadamente, porque no creía ser capaz de mantener contacto visual. —Ah, ¿Un bajón? ¿Abandonaste a tu novio sin explicaciones por eso? Me pregunto si el chico que era mi pareja lo hizo por las mismas razones, o por qué un bajón repentino fue más importante que yo —sus labios se torcieron en una mueca temblorosa. En momentos como ese, detestaba ser tan fácil de leer. No quería ver a Lancelot, o mejor dicho: no se atrevía a verlo, pero al mismo tiempo le faltaba valor para retirarse.
# llamenle a dios