Se encontraba espectante, con sus ojitos abiertos de par en par. Había susto en su mirada, a la vez que la curiosidad se le adelantaba. Se veía que no sabía si dejar florecer la duda hasta que se planteara la pregunta, o tan sólo retractarse y encorvarse ante esa idea que era sospechosamente riegosa.
Pero se animó y asomó su cabeza, mirando hacia fuera de la caja donde se mantenía escondida, siendo llevada a kilómetros de su lugar de origen, de su madre y todo lo que conocía. ¡Pero qué más le puede aguardar a éste cuadrúpedo y mamífero ser!
Presa de las decisiones que fueron tomadas sin querer que fueran así. Una completa ironía ser rehén de las decisiones que toman otras personas y que a la vez, ellas menos las eligieron. Entonces, ¿por qué suceden? 
Lastimosamente no tengo esa respuesta. Podría decir que es una obligación, pero ¿obligación de qué?
Sí estamos conscientes de que algún día seremos tan viejos y miraremos las miles de cosas que pudimos haber hecho, por el simple hecho de que ya vivimos, pero no las vivimos, y ahora nos queda nada más que estar casi al final de la línea de tiempo y la ansiedad disminuye tanto, que es imposible no escuchar la verdadera voz interna. Que estúpidos fuimos cuando nos sedujo la obligación, ¡encima no tiene nada de atractiva!