Por un momento recuerda a su hijo, Megumi, que debe tener una edad similar a la chiquilla, o eso cree. Se rasca la nuca y el pensamiento se le dispersa. Vuelve al presente, con ella.
—No los aparentas. Venga. —Y le da el gusto, aunque se muestre reacio al principio. La carga sin mucho cuidado, pero la mantiene cerca, segura y resguardada del frío que hace afuera en la ciudad—. ¿A dónde quieres ir? Yo debo hacer unas compras.
Cree recordar que había un parque en el camino al mercado. No sabe que hacen los niños, no le interesa que hacen los niños de su edad. Tampoco está intrigado por los motivos de la chiquilla para escapar de su hogar.
Se siente como si le hiciese un favor a alguien y la paga no fuese monetaria, sino emocional.