El frío le estaba congelando los dedos, pero no hacia nada para congelar el torrente de emociones que desplegó por fin. La contempló en silencio. Y fue en ese silencio que llegó a una conclusión.
—Tal vez ya no tienes opción —aceptó—, pero le prometí a tu hermano, aquella noche que juramos con sangre, que te protegería. Ya fallé una vez y eso me trajo tristeza y dolor, pero no pienso fallar de nuevo.
Le mostró la palma de su mano, aquella que tenía una cicatriz en una linea fina y dorada.
—¿Quieres volver a tener a tu hijo, Athena? —preguntó y al decirlo le tembló la voz—. Porque lo puedo hacer realidad. Puedo entregarme a Bertolio a cambio de tu hijo, sangre de tu sangre y terminar con esto de una vez por todas.
Lo había pensado muchísimo, lo había hablado con Motka. Tonto Motka que creía que podría recastarla luego, pero uno no se enfrenta al oscuro y sobrevive. «Skóll lo matará si lo tiene». Y de solo pensarlo, de saber lo que allí le esperaría le generó un nudo en la garganta que luchó por combatir. Su mano libre la tomó del hombro.
—No soy un rayo de luz que pueda iluminar tu camino, sino un halo de luz falso que vive en las sombras para servir a la luz. Y estoy dispuesta a sacrificarme para conseguirte aquello. Entonces, si no sabes que hacer, lo decidiré por ti. Y esta es mi decisión. Sé que si voy no me matará, pero a Motka si, y por consecuente a tí también.