Cuando Circe rodeó su cuello con el brazo, Dionisio sintió el peso de su encanto envolviéndolo como una suave y embriagadora brisa nocturna. Su sonrisa, brillante incluso en la penumbra, pareció encender un fuego tenue pero irresistible dentro de él, uno que competía con la calidez del vino en sus venas. No era solo el contacto, sino la mezcla perfecta de poder y seducción que ella proyectaba, como un hechizo al que no deseaba resistirse. En ese instante, Dionisio se sintió exactamente donde debía estar: atrapado en un momento tan caótico como hermoso.
Atrapado en ese momento propiamente dicho, dejó escapar una leve y suave risa mientras ladeaba la cabeza ligeramente, como si saboreara las palabras de Circe tanto como el vino en su copa.
—¿Exagerar, yo? Nunca, querida. Solo describo lo que veo, y créeme, incluso Afrodita, la diosa del amor y la belleza, se sentiría mermada contigo a su lado. Además, entre tú y yo, esta noche tiene el potencial de volverse legendaria pero me pregunto… — Su voz, baja y seductora, parecía mezclarse con el latir del ambiente, como si el mundo entero se detuviera para escuchar lo que él le iba a decir. Sus labios rozaron el lóbulo de la oreja izquierda de la fémina—: me pregunto que pensará Telémaco u Odiseo si nos ve así, tan juntos. —Su voz sonó juguetona, obviamente no le importaba lo que pensaran, solo lo había dicho para averiguar qué diría ella porque le interesaba su saber al respecto.