Volvió a sentir las eternas torturas físicas en su piel y el dolor albergo en sus extremidades como si lo estuviera sufriendo en ese instante. Esas torturas que en cada una juró que moriría del dolor. Los sentimientos recordados se instalaron con amargura; el como lo obligaban a vivir tal cual animal, incluso sintió el repugnante aroma de esa persona impregnarse en su piel nuevamente, su áspero tacto tocando partes que deseó haberse cortado más de tres veces, la forma en la que se sintió, repugnante y asqueroso. Quiso vomitar, aún si hoy en día no podía hacerlo, quiso arrancar su piel y quemarla, limpiarla de mil formas.
Aún en esos momentos, podía tener recuerdos de como era consolado con la voz y dulce tacto de su madre, y agradeció de nuevo esos momentos y los sentimientos que le dejaron. Y entonces un nuevo rostro abordó en ese abismo de sus memorias; su primer amigo, aquel que en ese infierno le dió un trato decente, lo trato como un ser humano normal y le hizo saber el significado de la amistad. Esa misma amistad que apreciaba como un tesoro, esa misma, que lo llevó a tener esperanza de una mejor vida, de un escape, la luz al final del túnel. Se preguntó cómo podía existir alguien tan noble, y quiso detener esa tormenta de torturosos recuerdos, quería quedarse con la gratificante sensación que tenía de haber tenido a alguien que le diera esperanza entre tanta miseria. Sabía que después de todo eso, seguían peores y no quería, ya no quería hacerlo.