SoySylusRedgrave

. . . Buenas. ✌

SoyZhyeusVyrlach

Holi Sysy, vine a cuidarte, traje algunas cositas que pueden servir, traje un tecito, una mantita y un osito porque los peluches son lo mejor para sanar. •ᴗ•
          
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SoySylusRedgrave

(⁠っ⁠˘̩⁠╭⁠╮⁠˘̩⁠)⁠っ
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SoyHimawariUragiri

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SoyHimawariUragiri

¡¡Sylululu!! (*ˊ˘ˋ*) No te preocupes por nada, si quieres seguir tú adelante está perfecto, y si no: tranquilo, de verdad. (ฅ́˘ฅ̀) Mi mayor preocupación ahorita es que te sientas mejor, así que si estás muy malito lo más importante es que descanses para que empeore tu condición. ❤︎
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SoyHimawariUragiri

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SoyHimawariUragiri

Sus pasos se acercaron un poco más a él, el vestido ligero rozando sus rodillas mientras sujetaba el ramo con un brazo y con el otro señalaba el camino—. Entonces… ¿qué tan lejos está la cancha? —preguntó con curiosidad, con esa chispa inocente en la voz—. ¿Crees que haya alguien usándola ahora o tendremos suerte de que esté vacía?
            
            Se inclinó un poco hacia él, como si compartiera un secreto, y añadió en un susurro divertido:
            
            —Aunque si hay gente, tendrás que prometerme no dejarme sola si me equivoco mucho. ¿Trato?
            
            Tras una breve pausa, bajó la mirada hacia el ramo, lo acomodó con cuidado y dejó escapar una risa suave, cargada de entusiasmo renovado.
            
            —Syl… ¿cómo fue la primera vez que aprendiste? —preguntó, inclinándose un poco más hacia él, deseosa de escucharlo—. ¿Cometiste muchos errores? —el tono de su voz no era solo de interés, sino de verdadera emoción; quería que la charla siguiera, quería conocer más, y al mismo tiempo, la idea de compartir una anécdota le parecía la manera perfecta de hacer que el camino hacia la cancha fuera especial—.
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SoyHimawariUragiri

Himawari soltó una risita ligera, escondiendo la boca tras el ramo como si quisiera contener la alegría que le producía verlo tan animado. Sus ojos lo seguían con atención, maravillados de la manera en que incluso los gestos improvisados parecían cobrar vida en sus manos.
            
            —Eres muy gracioso cuando explicas… —dijo suavemente, ladeando la cabeza mientras daba un par de pasos juguetones hacia atrás para poder mirarlo mejor—. Creo que si todos los entrenadores enseñaran así, nadie se aburriría nunca —dijo entre risas, ladeando la cabeza y observándolo con atención—. Aunque… sospecho que voy a reírme más que a practicar —añadió con un brillo en la mirada.
            
            Para acompañarlo, dio un pequeño saltito y levantó los brazos, imitando torpemente el movimiento que él había hecho al simular un remate. Apenas lo intentó, estalló en otra risita suave, llevándose la mano libre a la boca como si quisiera contenerla—. Creo que me gustaría empezar por aprender a recibir —confesó después de un instante, pensativa pero alegre—. Aunque mis reflejos no son muy buenos… es probable que la pelota me golpee antes de que yo logre reaccionar.
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Himawari escuchó con atención, con el ramo todavía apretado suavemente contra su pecho mientras sus ojos seguían cada gesto que Sylus hacía. Cuando levantó el primer dedo, la expresión en su rostro se iluminó como si ya hubiera encontrado su respuesta antes de que terminara de hablar. Una risita ligera se le escapó, casi musical, y dio un par de pasitos hacia él, ladeando la cabeza con entusiasmo.
            
            —¡Eso suena perfecto! —exclamó con una dulzura, sus ojos brillando bajo el reflejo de la luz de la tarde—. Siempre me ha gustado ver los partidos de vóleibol desde las gradas, pero nunca he jugado de verdad, —sus dedos, juguetones, rozaron los pétalos del ramo mientras imaginaba la escena: la cancha, el eco de la pelota golpeando contra el suelo, el aire libre alrededor y las risas inevitablemente acompañando cada intento fallido—. Seguro que soy terrible, ya lo estoy imaginando —añadió con una risa suave, llevándose la mano libre a la mejilla como si tratara de ocultar la idea—. Pero me gusta la idea de aprender algo nuevo contigo. Aunque me caiga o no logre devolver ni un solo balón, igual va a ser divertido.
            
            Con un pequeño giro, el vestido veraniego se agitó en torno a sus piernas. Ella dio unos pasos ligeros hacia adelante, en dirección al camino que llevaba hacia las canchas—. Entonces… vamos —dijo con voz clara y alegre, girándose para mirarlo sobre su hombro, con una sonrisa luminosa—. ¡Quiero que me enseñes!
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SoyHimawariUragiri

Se quedó congelada un instante, sorprendida por el repentino abrazo. No estaba acostumbrada a tanto contacto físico y, por lo general, solía ser la primera en retroceder cuando alguien rompía esa distancia. Pero esta vez no lo hizo. La calidez y la sinceridad de su gesto eran tan evidentes que sus propios brazos temblaron, indecisos, hasta que finalmente cedieron: con el brazo libre lo rodeó en un abrazo tímido, mientras el otro seguía sosteniendo al perrito, atrapado dulcemente entre ambos. Sus mejillas se encendieron con un rubor suave, y sus ojos brillaron como si atraparan un reflejo de la misma luz de alegría que él desprendía. No necesitaba palabras; verlo sonreír así ya la contentaba.
            
            Cuando él se inclinó para tomar al pequeño perrito entre sus brazos, los ojos de Himawari lo siguieron con una ternura. Ver cómo sus facciones se encendían de nuevo con alegría pura, casi infantil, hizo que una sonrisa brotara en sus labios—. Entonces… ¡Pompom será! —exclamó emocionada, como si sellara con voz una promesa— Me parece perfecto. Y… claro que quiero que lo cuidemos juntos. —Sus dedos juguetearon nerviosos al entrelazarse, pero sus ojos no se apartaron de los de él, brillando con una franqueza transparente—. Podemos turnarnos, como dijiste. Un día contigo, otro conmigo. Aunque… si te soy sincera, creo que no importa dónde esté, mientras sepa que ambos lo queremos. ¿No crees? 
            
            —Hizo una breve pausa, bajando la mirada hacia el cachorro que ahora descansaba tranquilo entre sus brazos, y luego volvió a mirarlo con dulzura. —¡Me hace feliz verte tan feliz, Syl! —dijo con suavidad y alegría, como si cada palabra llevara un pedacito de su corazón—. Para mí… eso ya es más que suficiente.
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