Aferrarme. ¿A qué? No estoy segura.
Solo se que si lo hago tal vez me ayude en algo, tal vez me ayude a salir de ese hoyo tan profundo que yo misma he cavado.
Y no me canso, no me canso de caer en la misma miseria una y otra vez, porque es la costumbre es lo que me hace ser yo misma. Aunque eso es algo falso, porque ni yo misma se quién soy, no sé si estoy completa, si me reconstruyó, si me destruyó, si me coso o me descoso.
No estoy segura si yo misma me estoy haciendo bien. Haciendo que mi mente divagé en el océano de recuerdos, recuerdos que me torturan a cada minuto, que me lastiman, que me vuelven más inútil de lo que ya soy, me torturó a mi misma.
Haciendo lo que todos harían, insultandome, denigrandome, rompiéndome. No sé porque lo hago. No sé que ganó con ello, solo se que es lo único que me hace sentir humana, saber que siento, saber que las lágrimas tan agrias, saladas y perturbadoras me constituyen, me hacen saber que de algún modo estoy viva, que de algún modo puedo ser algo más que una decoración en el mundo.
¿Y si solo me ahogo? Me ahogo en ese océano de lágrimas que alguna vez desapareció, que alguna vez deje de derramar, pero sigue ahí latente, intacta y al acecho, para hacerme sucumbir en el dolor que he guardado.
Me ruega que lo deje salir, que lo deje desgarrar nuevamente mi alma, mi garganta en un grito que atemorizaría a cualquiera, mi mente la cual se mantiene en pie aún con los moretones, cortes y rasguños que le proporciono al sucumbir al pasado.