Pierdo la noción del tiempo al intentar recordar cuando fue la primera vez que creé una historia, pero estoy segura de que ocurrió mucho antes de que aprendiera a leer. En aquel entonces, los libros no eran solo objetos; eran los ladrillos que daban forma a los escenarios donde mis muñecas representaban las más disparatadas o románticas situaciones que mi mente era capaz de elucubrar.

¿Qué criatura, cuya edad no llega a los dos dígitos, lee autores como Bécquer o Neruda? ¡Alzo mi mano por aquí! Aunque mis pies apenas rozaban el suelo, mis ojos se perdían en las páginas de poemas y cuentos. La poesía me envolvía como un abrazo cálido, y las palabras se convertían en las alas que me llevaban a lugares inexplorados.

Años más tarde, los libros tomaron un rol más acorde con su verdadero propósito. Las muñecas, antes protagonistas de mis historias, se convirtieron en meras espectadoras. Las horas que pasaba manchándome las mangas con tinta se volvieron mi ritual sagrado. Cada letra, cada punto y coma, era un pequeño acto de rebeldía contra el tiempo que amenazaba con borrar mis recuerdos.

La constancia no es mi fuerte, lo admito. Pero en cada página escrita, encuentro mi refugio. No creo en el destino, pero sí en las voces que gritan en mi cabeza cuando no las obedezco. Esas voces, a veces susurros y otras veces tormentas, son mi musa y mi desafío. Ellas me empujan a seguir escribiendo, a explorar los abismos de la imaginación y a tejer historias que despierten emociones en quienes las leen.

Así que aquí estoy, una escritora apasionada, con las huellas de tinta en mis manos y el corazón lleno de palabras por contar. Mi pluma es mi espada, y mis historias son mi legado. Bienvenidos a mi mundo, donde los límites se desvanecen y las letras danzan al ritmo de mis sueños.

¡Acompáñame en este viaje literario! 📚✨