Es curioso cómo el cuerpo sabe lo que el alma calla. Cada vez que pienso en ti, cada vez que tus ojos aparecen en mi memoria, mi pecho se aprieta como si llevara dentro un secreto demasiado grande para sostenerlo.
No es solo falta de aire, es falta de ti. Es ese vacío que me recuerda que te deseo, pero no te tengo; que me gustas, pero no me perteneces.
Siento cómo mis latidos se vuelven torpes, como si el corazón quisiera escaparse, gritar tu nombre y, al mismo tiempo, esconderse del dolor. Me falta respiración, porque tu ausencia pesa más que cualquier carga.
Y entonces entiendo… este dolor en el pecho no es enfermedad del cuerpo, es la herida invisible de querer lo imposible. Es el lenguaje silencioso de un corazón que lucha por seguir, aun cuando sabe que contigo no podrá quedarse.