5: Carta de deseos.

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«Él tiene un deseo y la única manera de cumplirlo es a través de Santa Claus.»

Una historia sobre inocencia, fe y un amor ferviente por la familia en la primera Navidad de Leah y Alexander con su pequeño.

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Querido señor Santa Claus,

Mi nombre es Henry Jarrel Ludwin Wyatt Colbourn, tengo cinco años. Sé que estás muy ocupado, pero me gustaría que cumplieras mi deseo. Este año no quiero juguetes o muñecos, ni siquiera dulces. Este año, quiero un hermano.

Hablé con mami y papi sobre esto, pero ambos me miraron como si tuvieran miedo.

Ya no quiero ser solo yo, quiero un hermano, uno como el que tiene Nathan.

Mi hermano tiene que ser genial, tiene que reírse mucho y saber jugar juegos geniales. También tiene que ser pequeño para que yo pueda ayudarlo y cuidarlo y besarlo y quererlo y hacer todas esas cosas que necesitan los bebés, como darles atención.

Debe ser amoroso, pero sobre todo, amarnos mucho a mami, papi y a mí. Quiero que juegue conmigo todos los juegos, y los que no sepa jugar, yo quiero enseñarle.

Quiero ser un hermano mayor como Nathan.

Sé que este es un deseo muy simple comparado con los montones que recibes al año, así que tienes hasta Navidad para darme un hermano. Aún faltan tres semanas, creo que es tiempo suficiente para comenzar a buscar.

Por favor, señor Santa Claus, tú eres el único que puede ayudarme.

Atentamente,

Henry Jarrel Ludwin Wyatt Colbourn.

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—¡Henry Jarrel Ludwin Wyatt Colbourn!—bramó Leah molesta, provocando que su hijo dejara de jugar sobre el piso y alzara la vista hacia su padre con cara de susto.

—¿Crees que ya leyó la carta?—preguntó el más pequeño con aprensión.

Alex despegó la vista de su laptop y contempló a su hijo largamente antes de responder, detallando en el ondulado cabello oscuro, los enormes ojos azules expectantes y el leve puchero en su boca, inflando levemente sus mejillas.

—Creo que sí.

—Oh, oh—canturreó haciendo una mueca.— Medusa está enojada.

Alex rio, antes de ser interrumpido por su esposa, que entró a la estancia en ese momento.

—¿A quién le llamas Medusa?—enarcó una ceja, adoptando su pose favorita de mamá mandona y provocando que el niño se conmocionara.

—A nadie—mintió.

—¿Por qué le enseñas estas cosas?—se quejó escudriñando a su esposo sin cambiar de postura.

—Yo no le he enseñado nada, él solo es observador—se defendió Alexander, levantando los brazos a modo de rendición.

—No creo que él conozca la palabra Medusa.

Una perezosa sonrisa de orgullo se deslizó por su boca mientras observaba a su hijo erguirse con determinación.

—Es más listo de lo que crees.

—Ni tanto—rebatió Leah, centrándose en el niño y adoptando una expresión de piedra.— Te dije que recogieras tus juguetes y no lo has hecho aún. No quiero ver juguetes tirados por todos lados.

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⏰ Última actualización: Dec 25, 2020 ⏰

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